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Incentivos basados en lesiones

Recuerdo recién entrado en la petrolera donde trabajé tantos años, la primera vez que asistí a una premiación de una meta de Seguridad. No tenía ni la más mínima idea del porqué del premio, pero la verdad es que me regalaron un micro-ondas. No pregunté, no dije nada, solamente lo recibí y me fui. Era el ambiente una enorme algarabía, una verdadera navidad anticipada.

Carlos R. Flores (*)

Recuerdo recién entrado en la petrolera donde trabajé tantos años, la primera vez que asistí a una premiación de una meta de Seguridad. No tenía ni la más mínima idea del porqué del premio, pero la verdad es que me regalaron un micro-ondas. No pregunté, no dije nada, solamente lo recibí y me fui. Era el ambiente una enorme algarabía, una verdadera navidad anticipada.

A medida que el tiempo transcurría me di cuenta de lo complejo de esa práctica, el verdadero significado de “no tener accidentes” y las reglas del juego no escritas que traía aparejadas.

Se trataba de mantener a toda costa un supuesto desempeño de cero accidentes, en el que nadie resultara lesionado y llegara a perder un solo día de trabajo, ya que eso daría pie automáticamente a que se malograra la meta de los miles de días sin una lesión sin pérdida de tiempo.

La primera contradicción dolorosa la noté cuando una persona lesionada, a quien le había caído una pieza metálica en la cabeza, y aunque portaba casco de seguridad, el impacto fue tal que le dejó notoriamente inflamada una buena parte de ella. El percance, clasificado eufemísticamente como “trabajo restringido”, era todo un contrasentido; él podía seguir asistiendo a la laborar a la empresa, pero solamente en “trabajos ligeros”. Con este artilugio, no se perdía la meta de seguridad, aunque la persona lesionada nunca haya tenido nada que ver con un trabajo de oficina.

Al ingresar a la planta, noté que el lesionado tenía una cara de angustia. Yo, como un novel encargado de seguridad, pensé que esto era lo lógico después de un suceso que le hubiera podido costar la vida, pero advertí que él no me apartaba la desconsolada mirada, hasta que al fin, me llamó con un leve movimiento de su mano, muy disimuladamente, diciéndome: “Perdóneme, ayúdeme por favor que me estoy muriendo, necesito irme a mi casa, no puedo más”.

Hablé entonces con el gerente de seguridad, quien era toda una leyenda —me daría cuenta después— de los actos dignos de un Mandrake en reportar creativamente los accidentes para evitar perder las consabidas metas de seguridad, y al yo plantearle la desesperada situación y estando el lesionado bajo su supervisión, me contestó sonriente: “Ni pensarlo. No ves que si eso ocurre perdemos la meta de seguridad; ya se le va a pasar con las aspirinas. Además, está arreglando hojas recicladas, no puede haber trabajo más suave, no es más que un llorón”, finalizó.

Aubrey Daniels, destacado experto en seguridad, señala que “las recompensas e incentivos aumentan los comportamientos, pero tal vez no los que usted desea”, cae como anillo al dedo en esta situación, en la cual el surrealismo era norma común cuando se trataba de proteger la meta de seguridad, desarrollando conductas contraproducentes, que sin ninguna efectividad, y artificialmente, creaban la ilusión de conservar una meta que lo que promovía era sub-reportar, negar u ocultar situaciones que necesitaban, imperativamente, un verdadero involucramiento gerencial.

(*) Consultor en Seguridad Industrial.

www.noalosaccidentes.wordpress.com

[email protected]

Economía Incentivos lesiones archivo

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