Edgar Tamayo muere en la prisión de Huntsville, Texas, por inyección letal, a las 21:32 de la noche del 22 de enero pasado, con las consecuentes protestas de parte de los organismos de derechos humanos que condenan la vigencia de la pena de muerte en 32 de los 50 Estados de la Unión Americana.
En adición, con la ejecución de Tamayo ha salido a relucir la violación de los Estados Unidos al convenio de Viena de 1967 (artículo 36, numeral 1), que establece el derecho de los ciudadanos inmigrantes a recibir auxilio legal del consulado de su país en caso de arresto, con el fin de organizar su defensa.
En 1968, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos consideró que la ejecución de la pena de muerte constituía una violación constitucional, por lo que acordó una moratoria de 10 años. No obstante, en 1976, el mismo Tribunal decidió que era constitucional y reinstauró la pena de muerte. Desde entonces, se han ejecutado 1,333 presos. 8 por ciento de ellos, han sido latinoamericanos. Cada año crece el número de ejecutados. Texas, por sí solo, asume el 37 por ciento de las ejecuciones.
El 87 por ciento de los ejecutados en Estados Unidos ha recibido una inyección letal por vía intravenosa. Se le inyecta al condenado tres sustancias conjuntamente. El tiopentato de sodio, que es un barbitúrico que hace perder el conocimiento; el bromuro de pancuronio que es un relajante muscular que paraliza el diafragma e impide la respiración; y el cloruro de potasio que provoca un paro cardíaco. A la persona se le declara oficialmente muerta 17 minutos luego de la inyección fatal.
En los últimos 37 años, el 12 por ciento de los condenados ha muerto en la silla eléctrica. Este es un proceso extremadamente cruel. Al condenado se le aplica un voltaje inicial de 2,450 voltios, por 8 segundos, para romper la resistencia de la piel, ya que esta es la zona del cuerpo de mayor resistencia a la corriente eléctrica. Y con tal voltaje, se supone que, a la vez, se consigue la inconsciencia de la víctima (lo que no siempre ocurre, por factores fisiológicos diversos). Luego, en la segunda descarga, se reduce el voltaje a 480 voltios para impedir que el prisionero se incendie, y una corriente de 8 amperios, por 15 segundos, daña los órganos internos con una temperatura corporal de 59 grados centígrados.
Durante la segunda descarga, la cabeza muestra columnas de humo de 30 centímetros, con pequeñas llamas en la superficie externa de la bóveda craneal. Por lo zapatos también salen corrientes de humo, debido a los tejidos que combustionan.
La última ejecución con este método fue, apenas, el 16 de enero de 2013, en el Estado de Virginia. Es espeluznante que se conciba un protocolo de electrocución premeditada. Nos recuerda, lastimosamente, cómo en algunas sociedades la ciencia pueda servir a la barbarie
El 94 por ciento de todas las ejecuciones en el mundo tienen lugar en Arabia Saudita, China, Estados Unidos e Irán (que juntos representan el 25 por ciento de la población mundial y el 35.4 por ciento del PIB internacional).
El punto no es si la pena de muerte viola determinado principio constitucional. O si la vida del criminal deba respetarse en cualquier circunstancia, por algún principio ético o humanitario. Lo que se desea destacar es que la sociedad moderna debe reducir las causas sociales del comportamiento criminal. No compensar, simplemente, una muerte con otra, con la perversidad de la ley sobre los actos violentos que en el capítulo 21 del éxodo el legislador Moisés transmite a Israel (supuestamente, 1500 a.C.): “Pagar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe”.
El 80 por ciento de los expertos opina que la pena de muerte no disminuye un ápice la criminalidad. En tal sentido, dos terceras partes del mundo han abolido ya la pena de muerte. Sin embargo, una parte de la humanidad con gran poder económico, en sociedades desintegradas en las que se renueva y acrecienta el crimen, se empeña todavía en darle forma legal a la crueldad premeditada, con la idea primitiva que la venganza sea una forma de justicia.
El autor es ingeniero eléctrico.
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