Cada vez que escucho a Tomás Borge en radio Corporación me vuelvo a preguntar: ¿Por qué el temor? ¿Por qué no se acepta la democracia? ¿Es que nunca vamos a pensar como nación?
“Todo puede pasar aquí, menos que el Frente Sandinista pierda el poder. Podemos pagar cualquier precio, digan lo que digan, hagamos lo que tengamos que hacer. El precio más elevado sería perder el poder”, dijo una vez Tomás en alguna entrevista que dicha radio repite varias veces al día.
¿Qué significa esto? Hoy hace 24 años el FSLN perdió el poder con el triunfo electoral de doña Violeta y la UNO. Tomás debió salir de sus oficinas en el Ministerio del Interior, a pesar de que intentó quedarse como ministro del nuevo gobierno. Pero eso es lo normal en todo relevo gubernamental. Se obedece la voluntad mayoritaria del pueblo que votó por el cambio.
Sin embargo, el nuevo gobierno democrático que entró a gobernar entonces no realizó ninguna acción represora en contra de miembros de la dirigencia sandinista. Ni él ni nadie del gobierno sandinista fueron obligados a abandonar sus casas, ni sufrir confiscaciones, ni encarcelamientos ni exilio, como era común en Nicaragua cuando se cambiaba gobiernos por las armas. Ninguna cuenta bancaria a su nombre o de su familia fue incautada nunca.
Tomás y sus compañeros en el gobierno saliente continuaron disfrutando todos los derechos ciudadanos propios de una democracia, como correspondía a la que instauró el nuevo gobierno en 1990. Incluso disponían del diario Barricada, órgano oficial de su partido, para decir con plena libertad de expresión lo que quisieran expresar, igual en las radioemisoras que el FSLN se adjudicó al perder el poder.
Entonces, ¿por qué dijo Tomás lo que a diario recuerda radio Corporación?
Algunos creen que refleja el deseo de no soltar los privilegios que implica el poder para quienes lo conciben como fuente de beneficio personal.
Es posible que así sea. Hay muchos ejemplos en el mundo de personas que llegan al Gobierno para servirse de él y enriquecerse, olvidándose del progreso del país, que es lo que interesa al ciudadano común.
Pero también puede ser reflejo de una profunda desconfianza con la democracia, esa forma de gobierno que deja la elección de las autoridades al voto libre y secreto de los ciudadanos. O de un intenso temor a ese sistema que obliga a las autoridades a gobernar apegados a derecho, cumpliendo las leyes y decretos, respetando la Constitución, los derechos humanos y las libertades públicas.
El problema de fondo es que si los que están en el poder no quieren salir nunca, y buscan cómo quedarse allí “a cualquier precio”, llega un momento en que los que están afuera buscan cómo sustituirlos “a cualquier precio”, como ocurre hoy en Venezuela. En un abrir y cerrar de ojos podemos caer en la violencia, el crimen político y la ley de la selva, que es la antítesis de la paz.
Nuestra historia nos recuerda que así también pensaron Zelaya, Emiliano, Somoza, el FSLN en los ochenta y más reciente Tomás y los que piensan como él. Y nuestra realidad nos dice que somos el país más atrasado y empobrecido del continente, teniendo suficiente tierra fértil, agua, y todo lo necesario para ser de los más prósperos.
Sin duda alguna esos gobiernos que defendieron su poder “a cualquier precio” fueron los causantes del atraso y la pobreza en que hoy vive Nicaragua. Y ese atraso ahora lo pagamos todos, principalmente los más desprotegidos que siguen sumidos en el analfabetismo y la marginalidad.
Por esa razón, entre más temprano se le respete al pueblo su derecho a elegir libremente, como se hizo en 1990, más pronto retomaremos el camino de la estabilidad política, económica y social, y mejor será para todos en este país, incluyendo los tomases que aún se resisten al poder del voto para garantizar la concordia nacional y la democracia.
Solo así habrá plena confianza de la inversión nacional y extranjera para proyectos de desarrollo que generen un progreso sostenido, y solamente de esta manera podremos dejar de pensar como grupo o partido o facción, para pasar a ser nación, donde todos los ciudadanos seamos iguales ante las leyes y las oportunidades, como lo hizo doña Violeta en 1990.
El autor fue ministro de la Presidencia en el Gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.
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