Tegucigalpa/ AFP
“¡No me dejen sola, mis niños!”, gritó una desconsolada mujer que sepultaba a su nieto, el segundo que le mataron en tres días. El cuerpo del niño de 7 años, muerto a tiros y torturado, fue hallado el jueves 1 de mayo envuelto en una sábana en un solar baldío de San Pedro Sula, la ciudad más violenta del mundo, según la ONU.
La abuela y la madre no empezaban siquiera a recuperarse del asesinato de otro de sus niños, de 13 años, cuyo cadáver fue hallado en circunstancias similares. Otros seis asesinatos de menores ocurrieron en un mes, también en San Pedro Sula, según versiones de las autoridades, por negarse a entrar a las pandillas que siembran el terror en barrios y ciudades de Honduras.
Ayer, en una entrevista con el diario El Heraldo, el presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, dijo que los crímenes podrían ser represalia a su estrategia de seguridad: “Rogaría a Dios que no sea cierto que este tema de los niños sea una reacción a lo que hemos estado haciendo”, subrayó.
El domingo, en San Pedro Sula, miembros de la Mara Salvatrucha (MS-13) entraron a un centro correccional de menores, desarmaron a los guardias y lanzaron una granada matando a cinco integrantes de la Mara 18 (M-18).
Ese mismo día, un hombre mató a cuchilladas a una niña de 13 años —a quien violó— y a sus hermanitos de 10, 7 y 2 años, en Limón, departamento de Colón.
Estos crímenes han sacudido a una sociedad con el récord mundial de homicidios, 79 por cada cien mil habitantes, según el Observatorio de la Violencia, de la Universidad Nacional.
Ochenta y seis niños y jóvenes menores de 23 años han sido asesinados al mes en promedio, desde el 27 de enero, un 6.2 por ciento más que la media del gobierno anterior, según Casa Alianza. Guadalupe Ruelas, director de Casa Alianza, dijo que hay “sospecha de que hay un patrón de limpieza social”, en el que podrían estar involucradas autoridades estatales. Muchos menores, además, son obligados por pandilleros a cobrar extorsiones, y si se niegan son ejecutados.
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