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LA PRENSA/GUILLERMO FLORES

“Escuchen su propio corazón”

Berman Bans, es un sacerdote y escritor, de 38 años, que encuentra espacio en la literatura en medio de la oración, el autoexamen constante, el trabajo y el apostolado de proyección social, entre otros pilares de la vida.

Marta Leonor González

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Berman Bans llegó a la literatura de la mano de sus tías, Milena y Lisseth Arce, hermanas de su madre. A los 5 años lo llevaron a las jornadas de alfabetización en las montañas de El Rama y Somoto, pero esa relación con los libros floreció cuando visitaba la biblioteca de su tío abuelo Patrick Bans.

Nació en Managua, en 1976 y revela que para sorpresa de su familia, y de sus amigos, ingresó en el año 2002 a la Orden de Frailes Menores Capuchinos y realizó votos perpetuos para luego ser ordenado sacerdote en el año 2011.

Su relación con la escritura ha sido motivada por sus lecturas: “En primer lugar el ‘Qohelet’ o Eclesiastés; un libro de la literatura sapiencial del Antiguo Testamento. Y el Evangelio según San Juan que prácticamente fue el detonante de un cambio radical en mi vida que aún no ha terminado”, dice Bans.

El sacerdote y escritor agrega que su poemario Bitácora de un naufragio es el fruto de años de entrega, versos seleccionados por el Centro Nicaragüense de Escritores en el certamen para publicación de obras literarias del año 2011, y su libro La Fuga , publicado en 2013, por Leteo Ediciones.

Tus cuentos abordan la corrupción que se vive en todas las esferas, políticas, empresas, familias. ¿Qué te motivó?

Los personajes de esos cuentos se sienten desubicados en su realidad alienante que no aceptan y de la que intentan escapar de una manera u otra. Una corrupción que también se encuentra dentro de ellos mismos, y cuya motivación pudo aparecer en la confección de estos cuentos como temática debido, probablemente, a mi propia experiencia existencial en la Managua de la posguerra; la Managua de los “lunes negros”; la de la implantación fanática del neoliberalismo, y la caída en efecto dominó de la banca nicaragüense a fines de los noventa.

¿Qué te acercó a escribir cuentos? ¿Te sentís más cómodo con ellos que con la poesía?

Desde niño siempre fui un lector de narrativa, cuento, novela o cómics, más que de poesía lírica. Hasta el punto que las primeras tentativas de texto que escribí no eran poemas, sino cuentos. Luego de salir del país, ingresado en la Orden, continué consumiendo más narrativa que poesía y, aisladamente, había comenzado a hacer mis primeros experimentos narrativos, cuando pensé que ya no podía escribir más poesía, por un asunto de abandono o de bloqueo.

[doap_box title=”Managua en sus memorias” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

La ciudad está presente en tu narrativa, ¿qué fibra movió en vos para tener ese acercamiento?

Viví en Managua los primeros veinticuatro años de mi vida. La amé, la odié, y nunca la comprendí del todo. Empecé a verla de manera diferente, tal vez con los ojos del destierro o del hastío, pero nunca con ojos de desinterés. Y a pesar que no es fácil ficcionar Managua, pues se corre el peligro de caer en el mero decorado costumbrista anestesiado por la nostalgia.

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La verdad yo no me siento cómodo con ninguna. Ambas, la poesía o la narrativa, suelen ser, para mí, experiencias intensas muy incomodantes que me exigen ciertos niveles de estricta disciplina.

¿Cómo combinás tu vida de sacerdote con la del escritor?

Generalmente lo hago tratando de disponer mi tiempo, y mi espacio de manera más organizada para el ejercicio literario. Pertenezco una Orden religiosa que combina la vida contemplativa y la vida misionera de una forma muy orgánica, de manera que el sacerdocio, entre nosotros, es una vocación de servicio a la comunidad de fe.

Entre los pilares de esta vida: la oración, el autoexamen constante, el estudio, la vida fraterna, el trabajo y el apostolado de proyección social con las personas más vulnerables de la sociedad, siempre queda un espacio, aunque sea breve, para la literatura propiamente dicha.

¿Cómo te mira tu comunidad religiosa publicando poemas, cuentos? ¿Y qué reacción han tenido los escritores al saber que es un sacerdote el que escribe?

Mis hermanos capuchinos al principio se sorprendieron. Esperan que empiece a escribir algún tipo de literatura ascética o contemplativa que exprese más el sentido de nuestra búsqueda como discípulos de Jesucristo o como hombres de contemplación, y en ese sentido ellos han sido muy caritativos en cuanto a brindarme el espacio, y el apoyo logístico y moral cuando se trata de ocuparme de algo que tenga que ver con esa otra dimensión de mi vida.

En cuanto a los escritores me parece que la reacción ha sido también de sorpresa, en algunos de sincero interés y en otros de abierta amistad.

¿Qué situaciones han marcado tu poesía y la manera de ver la escritura?

Las experiencias de desarraigo o de cierto despertar de conciencia respecto de la realidad cultural o histórica que empezó desde mi temprana infancia.

Crecí como un niño introvertido al que le encantaban los libros y la soledad y que se crió más bien a la sombra de los abuelitos que de sus padres. Pero al ir creciendo me percaté, sobre todo en mi adolescencia, que la ausencia de mis progenitores, y la distancia de mis abuelitos no eran más que un eufemismo para enmascarar el hecho de que al graduarme de la secundaria, yo no era más que un chavalo de los barrios orientales, desempleado, sin ningún oficio, más que el de leer y escribir, viviendo al borde del riesgo social.

¿De qué autores te has alimentado para crecer en el oficio de escribir?

A los 15 años leí la Carta del vidente, la Temporada en el infierno y, sobretodo Iluminaciones, de Rimbaud, sé que jamás volví a ser el mismo. Luego esto me sucedió con el Origen de la tragedia, de Nietzsche, y el Breviario de podredumbre, de Cioran. A los 17 años uno no sale ileso de esas lecturas fundamentales. Sin embargo, no fueron ellos los que propiamente me hicieron evolucionar en el oficio de escribir.

A pesar de mi devoción por Mallarmé y su actitud ante el lenguaje, y de mi atracción por esa tradición francesa que para mí alcanzó su culmen en Cioran, Yourcenar y la prosa de Paul Válery, quienes realmente me han ayudado a crecer en mi propia práctica, aparte de los clásicos griegos y latinos.

¿En tu carrera de escritor ha influido la disciplina monástica? ¿Cuál es tu mensaje a los escritores que inician?

Diría que sí. Nosotros llevamos una vida muy disciplinada, muy estructurada en cuanto a la lectio divina y a la ascesis y la meditación. Y eso ha influido en la manera en que me dedico a leer, por ejemplo, la obra o la vida de algún escritor, o cuando me dedico a escribir y a trabajar mis propios textos.

A los escritores que se inician les diría que lean. Que lean apasionadamente y aprendan rigurosamente de los maestros de siempre. Que se agarren y agonicen con ellos hasta donde puedan. Que observen lo que pasa en sus mentes o a su alrededor. Que no se preocupen por publicar precipitadamente, y sobre todo que llegado el momento de la prueba de fuego, escuchen su propio corazón.

Cultura Berman Bans literatura archivo

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COMENTARIOS

  1. miguel angel
    Hace 10 años

    Y que paso con su vestimenta de capuchino?? Si usted no dice que es sacerdote, yo creía que era un malandrín o un “hippi”. Que esta pasando con los sacerdotes? si no quieren usar su traje de clérigo que los diferencia del mundo, queden-sen del mundo. les pasa, sienten vergüenza? sienten calor? se sienten mas atractivos? hay mas relajamiento? creen que con la vida sacerdotal se identifican solo con el corazón? Que lastima me dan, viven a Cristo en la conformidad del mundo. MONJAS IMITENLOS

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