El musicólogo Bernard Gordillo se esmera en recuperar la herencia musical dejada por el primer Director de la escuela de música en Nicaragua Luis Abraham Delgadillo.
Fue por ahí donde el maestro sembró la semilla de la pedagogía para cosechar valores de ese género, donde tenía prioridad el encanto de la música de cámara, su cuarteto en sol mayor, las óperas como “El final de Norma”, sus sinfonías breves en un ambiente donde prevalecía el culto a la escrupulosidad, a la lectura formal de los signos, a la deliciosa y bien equilibrada tonalidad, preferiblemente con la ejecución. Él fue un compositor que inclinó la cabeza y puso las manos sobre el teclado del piano hasta lograr ser un locuaz creador en obras para ese instrumento y para el canto.
Gordillo aprovechó coyunturalmente la fiesta de la música para que sobresaliera el legado que dejó Delgadillo. Su objetivo ha sido dar a conocer sus obras completas con el maravilloso sigilo de un hombre que va descubriendo con certeza y paciencia que el ahínco tendrá el efecto de recuperación que él ansía.
Su misión nos hace recordar a Felix Mendelssohn, gracias a quién después de un tiempo considerable de haber fallecido, se conoció en Alemania a plenitud la música de Juan Sebastián Bach. Ha justificado a través de sus conferencias en inglés y español, las razones por las cuales el maestro ha sido—en su época— el único compositor nicaragüense internacionalmente reconocido que tuvo luces afuera y sombras adentro. Valses de salón, nocturnos para piano, preludios, romanzas, melodías indígenas, la Sinfonía Incaica cuyo Scherzo no se ha salido del oído con memoria. Deplorable es que sea breve el reconocimiento tanto para el analista e investigador como para el maestro inspirador de su devoción.
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