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Una fotografía del avión Era de la Primera Guerra Mundial, expuesta el 3 de julio de 2014 en Moscú, con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial

El 30 de julio de 1914, el zar Nicolas II da la orden fatal de movilización general

El 30 de julio de 1914, el zar Nicolás II, bajo presión de su entorno, decreta la movilización general en Rusia, en una escalada imparable que precipitaría a Europa hacia la Primera Guerra Mundial… y acabaría con su Imperio. La orden se difundió por vía telegráfica hacia las 18H00 locales. Los carteles rojos con el […]

El 30 de julio de 1914, el zar Nicolás II, bajo presión de su entorno, decreta la movilización general en Rusia, en una escalada imparable que precipitaría a Europa hacia la Primera Guerra Mundial… y acabaría con su Imperio.

La orden se difundió por vía telegráfica hacia las 18H00 locales. Los carteles rojos con el llamamiento a filas aparecieron rápidamente en todas las ciudades de este inmenso país y provocaron a menudo reacciones de júbilo. “¡Las manifestaciones son majestuosas!”, escribía en su diario personal el periodista liberal Mijail Lemke. “Sólo el zar, por sus orígenes alemanes, está contra la guerra”, añadía.

La orden de movilización fue considerada como un “casus belli” por Alemania, y dos días más tarde, el káiser Guillermo II le declaró la guerra a Nicolás II, su primo. Esta noticia también fue recibida con alborozo en Rusia, al menos en las principales ciudades.

El zar, por su lado, se limitaría a anotar con absoluta parsimonia en la página de su diario correspondiente al 1 de septiembre: “A las 06H30 (18H30) fuimos a misa. Al regreso, nos enteramos de que Alemania nos había declarado la guerra”.

– Campanas y bendición –

El 2 de agosto, Nicolás II “bendice” a su ejército en San Petersburgo con las mismas palabras que Alejandro I había usado para arengar a los soldados que partían a luchar contra las tropas de Napoleón en 1812. Y el conflicto es inmediatamente bautizado en Rusia como “Segunda Guerra Nacional”.

“Las campanas tañen durante toda la jornada, la muchedumbre de creyentes desborda las iglesias, el ambiente es festivo”, señala Lemke.

A San Petersburgo le cambian su nombre “germanizante” por el de Petrogrado. Se registran actos de vandalismo contra la embajada de Alemania y se prohíbe el uso del alemán, a pesar de que la comunidad germanohablante es numerosa en la ciudad fundada y convertida en capital del Imperio dos siglos antes por Pedro el Grande.

“La guerra contra Alemania es popular entre los militares, funcionarios, la 'inteligentzia' y los industriales influyentes”, escribe en sus memorias el ministro de Defensa de la época, Vladimir Sujomlinov.

Todo había comenzado apenas diez días antes. Nicolás II recibía en su palacio de verano cerca de San Petersburgo al presidente de la República Francesa, Raymond Poincaré. Sería la última recepción majestuosa de los Romanov: tres años más tarde, el conflicto mundial y la Revolución acabarían con una dinastía instaurada tres siglos atrás. Y el zar depuesto, su mujer y sus hijos serían fusilados por los bolcheviques en 1918.

– Nicolás II, bajo presión de su Estado Mayor –

Poincaré acababa de marcharse de Rusia cuando, en la noche del 23 de julio, el Imperio Austro-húngaro lanza un ultimátum a Serbia. El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Sazonov, llama por teléfono al zar: “¡Es la guerra europea!”, le anuncia “¡Es indignante!”, le responde a secas Nicolás II.

Al día siguiente, Serbia solicita ayuda a su aliado ruso.

Desde el día 25, los servicios secretos rusos informan de que Viena y Berlín comenzaron a hacer discretos preparativos bélicos. El zar, presionado por su Estado Mayor, ordena una premovilización el día 26.

El 28, Viena declara la guerra a Belgrado. Los militares y diplomáticos rusos insisten en la necesidad de hacer efectiva la movilización general.

Nicolás II intentará apaciguar la situación con un intercambio directo de telegramas con su primo Guillermo II. Una tentativa vana y por momentos surrealista, puesto que ambos soberanos, aunque conscientes de que pronto estarían en guerra, se manifiestan afecto recíproco, llamándose por sus diminutivos 'Nicky' y 'Willy'.

“Preveo que próximamente ya no podré resistir a la presión que ejercen sobre mí y me veré forzado a tomar medidas que conduzcan a la guerra”, escribe patéticamente Nicolás a Guillermo el 29 de julio, suplicándole que haga todo lo posible “para evitar la desgracia de una guerra europea”. Sobre todo propone a su primo recurrir al arbitraje del Tribunal de La Haya para resolver el conflicto austro-serbio. Su propuesta será rechazada.

– “La guerra nos exterminará a todos” –

Ese mismo día, el influyente confidente de la familia imperial rusa Grigori Rasputín le pide al zar “no declarar una guerra, que nos exterminará a todos”. Pero el zar, bajo la presión de su entorno civil y militar, firma el decreto de movilización general el día 29, que retira tras vacilar por última vez, para confirmarlo definitivamente el 30.

Todos creen que esta guerra, ya inevitable, será breve. Pero durará cuatro años y en ella morirán dos millones de rusos.

El régimen bolchevique que se instaura a finales de 1917 calificará ese conflicto de “guerra imperialista” y tendrá la voluntad de relegarlo a cierto olvido, junto al tratado de paz de Brest-Litovsk, que obtuvo a cambio de ceder gran parte de los territorios europeos de Rusia.

Además, la historia se encargará sola de pasar página, dadas las pérdidas mucho más importantes provocadas por la Revolución y la guerra civil y, sobre todo, por los 25 millones de muertos soviéticos en la lucha contra la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, señala a la AFP el historiador Piotr Multatuli.

– Retorno al “ideal nacional” –

La situación cambiará con la llegada al Kremlin en 2000 de Vladimir Putin, quien se propone sacar ese conflicto del olvido.

“El recuerdo de una guerra que precipitó el desmoronamiento del imperio ruso debe ayudar al poder a formular un ideal nacional”, desaparecido con la caída de la URSS a finales de 1991, explica Multatuli.

El centenario del conflicto es la ocasión propicia para la nueva Rusia de “evocar el patriotismo de aquella época” a través de monumentos, exposiciones o películas, según la Sociedad Militar e Histórica de Rusia, encargada del programa de conmemoraciones.

“La Primera Guerra Mundial debe unir a los rusos”, resume Artiom Savinov, del Museo del Ejército Ruso en Moscú, que consagra este verano una exposición al conflicto por primera vez desde su creación, en 1921.

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