Kailahun, una pequeña localidad de Sierra Leona, donde viven 30,000 personas, en su mayoría miembros de la tribu Mende, es el epicentro del peor brote conocido del virus del ébola, que los virólogos denominan la “zona caliente”, el equivalente de la zona cero en epidemiología.
La zona está en cuarentena y nadie entra ni abandona los distritos orientales de Kailahun y de su vecina Kenema sin una autorización especial del Gobierno. “Aquí no puedes bajar la guardia: el virus te matará. Un error, una acción equivocada, y has muerto, ya está”, indica un veterano trabajador humanitario.
Geraldine Begue, de 31 años, es anestesista luxemburguesa que dejó su trabajo en Suiza. Empieza a las 6:00 a.m. y dependiendo de la hora a la que llegan los pacientes, puede seguir en el centro pasada la medianoche, ocupándose de los ingresos, a veces de familias enteras.
“A veces mueren todos. Otras, solo se recuperan los padres, y la mayoría del tiempo mueren los padres y solo sobrevive un niño. Tenemos de todo”, dice.
La mayoría de los pacientes sufre de diarrea, vómitos y fuertes dolores a medida que sus órganos dejan de funcionar, a lo que se responde con morfina y tramadol.
Begue y sus colegas tienen asumido que su trabajo consiste de momento más en suavizar la muerte de los pacientes que en salvarlos.
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Llegar hasta aquí desde la capital Freetown supone un trayecto en coche de entre siete y diez horas, dependiendo de la meteorología y del humor de la policía y los soldados en cada uno de los seis puestos de control. En tres de ellos, los pasajeros tienen que lavarse las manos en cloro y se les toma la temperatura.
“Estamos muy tristes porque nuestros hermanos y hermanas se están muriendo”, dice el guardia Ahamadou en un puesto en la frontera entre Kenema y Kailahun. “Necesitamos que el mundo tome conciencia de que necesitamos una vacuna. Esto es lo único que parará esto”, añade.
El ébola, una fiebre hemorrágica con alta tasa de mortalidad, puede expandirse fácilmente en multitudes en las que las personas se exponen a los fluidos corporales de los demás. Un estornudo en la cara o un contacto de sangre o de sudor es suficiente.
1,145 muertos ha dejado el ébola desde marzo en los países afectados: Guinea, Sierra Leona, Liberia y Nigeria. Kailahun y Kenema suman el grueso de los 810 casos detectados y 348 muertos en Sierra Leona.
Geraldine Begue, de 31 años, es anestesista luxemburguesa que dejó su trabajo en Suiza. Empieza a las 6:00 a.m. y dependiendo de la hora a la que llegan los pacientes, puede seguir en el centro pasada la medianoche, ocupándose de los ingresos, a veces de familias enteras. “A veces mueren todos. Otras, solo se recuperan los padres, y la mayoría del tiempo mueren los padres y solo sobrevive un niño. Tenemos de todo”, dice.
La mayoría de los pacientes sufre de diarrea, vómitos y fuertes dolores a medida que sus órganos dejan de funcionar, a lo que se responde con morfina y tramadol.
Begue y sus colegas tienen asumido que su trabajo consiste de momento más en suavizar la muerte de los pacientes que en salvarlos.
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