Querida Nicaragua: La novela de Ernest Hemingway Adiós a las armas describe con la maestría propia del escritor estadounidense, Premio Nobel 1954, los horrores de la guerra, las angustias de los combatientes, los gritos despavoridos, las lesiones autoprovocadas para lograr salir de la trinchera infernal donde la muerte corre como moneda de curso legal. Pero ni Hemingway ni ningún otro de los escritores clásicos que han presentado tamaños horrores han hecho que los hombres que gobiernan las naciones reflexionen y eviten tanta pérdida material y sobre todo tanto sufrimiento humano con miles de muertos. Es hasta el final, cuando ya se han matado por millones cuando uno de los bandos se rinde ante la fuerza del enemigo. Y luego comienza el llanto de los vencidos ante la total destrucción, y el rehacerlo todo bajo el yugo de los ganadores.
Las armas son el peor de los inventos y el mejor incentivo para gentes ruines que quieren conquistar el mundo a cualquier precio, haciendo cualquier jugada sucia, matando a quien haya que matar.
El siglo XXI nos encuentra repletos de armas mortíferas y de guerra en muchos países. Basta ver los diarios cada día, escuchar las emisoras o ver la televisión para darse cuenta de lo revuelto que anda nuestro mundo, lleno de guerras, producto directo de las enormes fábricas de armas en todos los continentes.
Cuando (por decir algo ya que algunos guerreaban gobernando desde abajo) comenzó la era de paz en los años noventa, un grupo de ciudadanos soñadores y deseosos de tener una nación donde no hubiese más guerras, ni más abusos de prepotentes militares, fundamos un conato de movimiento que pretendía disminuir poco a poco las armas hasta que Nicaragua quedara limpia de ellas. Todo, sin que nadie saliera perjudicado. Le llamamos Movimiento Civilista y entre los fundadores recuerdo a Pablo Antonio Cuadra, María Teresa Sánchez, Raymond Genie, el doctor Roberto Calderón, y varias estimables personas amantes del civilismo. Inclusive logramos publicar algunos comunicados en el Diario LA PRENSA, pero el movimiento no pasó a más.
El objetivo era convencer a los hombres del Gobierno haciéndoles ver que los países sin ejército obtienen mejor trato en la comunidad internacional, son objeto de mucha ayuda para programas de desarrollo y que en caso de conflictos fronterizos o de cualquier índole, las Naciones Unidas protegen a los países que no tienen Ejército para defenderse. Era el caso de nuestra vecina Costa Rica, que cuando el presidente Figueres tuvo problemas con Somoza García y este amenazó con invadirlo, los Estados Unidos, por orden del propio presidente Eisenhower, le vendió a Costa Rica tres aviones de guerra al precio simbólico de un dólar.
Por otra parte no se trataba de echar a la calle a los oficiales y soldados del ejército. A todos ellos se les colocaría en cargos importantes de la administración pública, de acuerdo con las capacidades de cada uno de ellos. Al final nuestra Nicaragua contaría solamente con una Policía Nacional profesional para guardar el orden público, desaparecerían los cuarteles para ser convertidos en escuelas y el presupuesto destinado para armas de guerra sería aplicado al Ministerio de Educación.
Y como colofón, el presidente de la república, en acto público junto con los jefes militares nombrados en importantes cargos públicos, decretaría la abolición del Ejército y la puesta en venta, al mejor postor, de todo el armamento existente consistente en tanques, helicópteros, aviones, cañones de largo alcance, ametralladoras, enorme cantidad de rifles y un largo etcétera.
Eso queríamos lograr con el Movimiento Civilista. Un país en paz donde militares y civiles nos viéramos como hermanos y pudiéramos construir una nueva nación, pequeña pero digna, sin amos ni dictaduras, que cambiara los rifles por cuadernos y lapiceros y en este tiempo por computadoras.
Dejen de soñar, me dijo alguien. Le contesté: no soñamos, tenemos fe y esperanza. El autor es gerente de Radio Corporación. Excandidato a la Presidencia de la República en 2011.
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