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Las tortugas ninjas

En 1984, una novela gráfica de Kevin Eastman y Peter Laird introdujo a las Tortugas Ninjas: cuatro humanoides adolescentes, producto de un experimento fallido. Viven en las alcantarillas de Nueva York, al cuidado de Splinter, un ratón excompañero de laboratorio convertido en figura paternal.

Por Juan Carlos Ampié

En 1984, una novela gráfica de Kevin Eastman y Peter Laird introdujo a las Tortugas Ninjas: cuatro humanoides adolescentes, producto de un experimento fallido. Viven en las alcantarillas de Nueva York, al cuidado de Splinter, un ratón excompañero de laboratorio convertido en figura paternal.

Las tortugas son expertos en artes marciales, y protectores de la ciudad, asediada por una pandilla criminal llamada El Clan del Pie.  A finales de los 80, un contrato con Hasbro derivó en una serie de TV que lanzó a las Tortugas a la estratósfera de la popularidad. Hubo una película en 1990, y ahora llega esta “re-iniciación” para venderle juguetes a una nueva generación.

Las adaptaciones siempre acarrean el bagaje de la fidelidad, incluso las derivadas de cómics. Este género cuenta con un ejército de devotos, atentos a las pistas más arcanas, ocultas en los fotogramas de las películas. Estas adaptaciones deben cumplir una doble función: conquistar nuevos adeptos sin desencantar a los fans de vieja data. ¿Pero cuál es la fuente original en un fenómeno multi-plataforma?

Para el público nicaragüense, no puede ser el cómic que nunca se editó aquí. ¿Será la serie animada? ¿O la película previa, que para fines prácticos deja de existir, suplantada por la nueva producción? Más complicado aún, ¿qué pasa cuando uno de los eslabones en la cadena, o la fuente misma, es un juguete, un objeto físico, sin más narrativa que la que el niño que juega con él se arma en la cabeza?

Estas Tortugas Ninjas pertenece a la misma escuela de Transformers, G.I. Joe y Battleship, películas concebidas para capitalizar sobre la nostalgia de una generación que jugó con ellos de niño, y que ahora puede recordar la infancia perdida mientras lleva a sus propios hijos al cine. La nostalgia hace el trabajo pesado, y lima las asperezas del producto.

No viene al caso advertir que la película está dirigida con indiferencia por Jonathan Liebesman, con el estilo caótico que demostró en Furia de Titanes 2 (2012) y Batalla de Los Ángeles (2011). Desconozco la novela gráfica, y ya era mayorcito para conectar con los dibujos animados. Sin embargo, la película debe funcionar por sí misma. Y me temo que no lo hace. Si a algo le es fiel, es al espíritu creativo del productor Michael Bay.

La acción filmada y editada sin el sentido más básico de ubicación espacial viene de su escuela. También el exuberante e intrincado diseño de sonido, que básicamente hace el trabajo pesado para darle unidad sensorial al caos. Hay incluso una cita sonora: en escenas de acción que involucran a un camión, suena insistentemente un papaloteo mecánico extraído de la librería de efectos de Transformers. Esperaba que el vehículo se convirtiera en Optimus Prime.

Megan Fox regresa después de separase de Bay tras Transformers 2. La objetificación que siempre prodiga a los personajes femeninos introduce una nota disonante en un producto eminentemente infantil. Vea la incómoda escena en que Will Arnet —y la cámara— admira su trasero en medio de una situación de vida o muerte. Mucha bilis se ha derramado contra la actriz, reflejo de la misoginia tóxica en las películas de Bay.

Fox no es Meryl Streep, pero puede interactuar con un ser imaginario creado por computadora. Sus problemas son causados por el guión. En plena era de las redes sociales, April la única periodista que no recurre al twitter para publicar una foto exclusiva que reventaría el tráfico a su… ¿canal de televisión? La tecnología que hace posibles a estas dinámicas tortugas es novedosa, pero su mentalidad está en el siglo pasado.

Ver en la versión impresa las paginas: 19

Sección Domingo Megan Fox Tortugas ninjas archivo

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