Mientras estaba en la sala de recuperación del Hospital Solidaridad sobreviviendo a una crisis hipertensiva y a un agudizamiento de mi insuficiencia renal crónica que me mantuvieron al borde de la muerte en la Unidad de Cuidados Intensivos de esa institución, llegó un médico a la sala a practicar una curación a Zamir, un leonés diabético cuyo pie derecho tenía una herida que no le cicatrizaba. Era una acción médica dolorosa consistente en aplicar de manera directa sobre la lesión una substancia cicatrizante.
Mientras Zamir pegada gritos desgarradores de dolor, los pacientes que compartíamos el mismo cuarto estábamos horrorizados no solo al percibir de cerca la angustia del enfermo sino aterrados de impotencia y sin poder hacer absolutamente nada, salvo esperar que terminara la tortura al joven originario de Sutiaba.
Fue entonces que me acordé del Salmo 23 el cual conozco de memoria a fuerza de invocarlo en cada situación difícil que se me ha presentado y que podrían caber en una guía telefónica y pedí a mis compañeros y a Zamir que sacáramos fuerza de flaqueza y que hiciéramos uso de esta tremenda herramienta de fe, rezándolo en voz alta para atenuar un poco el sufrimiento del enfermo y que repitieran cada frase del Salmo mientras yo lo invocaba.
Es así que empecé con el poderoso llamado a la fe que hace de este Salmo una maravillosa pieza de creencia en nuestro Dios: “’El Señor es mi pastor, nada me faltará, en lugares de delicados pastos me pastoreará, confortará mi alma, mi guiará por sendas de justicia por amor a su nombre’’ mientras, para mi sorpresa, Zamir iba repitiendo cada palabra junto a sus espeluznantes gritos de dolor. El salmo es un poco extenso pero al concluirlo la sensación de paz y tranquilidad que se respiró en el cuarto fue reconfortante y en medio del sufrimiento encontramos un camino de paz y tranquilidad.
Horas después cuando Zamir estaba un poco recuperado le pregunté si se acordaba que habíamos rezado de cabo a rabo el Salmo 23 y me contestó con una gran sonrisa que sí y que sin duda eso le había ayudado a superar el impactante momento y a enfrentar la dura prueba.
Claro que eso me alegró mucho, después de todo yo venía de la sala de cuidados intensivos donde estuve cuatro días y logré recuperarme después de que se me declaró la muerte clínica y ser sometido al procedimiento urgente de choques eléctricos en el corazón y de la instalación de un catéter en la arteria aorta para que el corazón funcionara urgentemente de manera mecánica. El padre Erwin Urroz, de la iglesia de la Santa Faz, me dio la extremaunción y de manera milagrosa y por la intercesión de la mano misericordiosa de Dios me recuperé y solo me di cuenta que anduve en “valles de sombras de muerte” cuando desperté cuatro días más tarde rezando mentalmente el Salmo 23. Por eso cuando curaban a Zamir recordé el bellísmo salmo y al rezarlo entre todos recurrimos a su fuerza para enfrentar el dolor y lo logramos, después de todo la fe mueve al mundo, ¿o no? El AUTOR ES DIRIGENTE HISTÓRICO SOCIALCRISTIANO.
Nota del Editor
Erick Ramírez falleció el domingo 31 de agosto recién pasado en horas de la noche. Él escribió este artículo después que salió del hospital al recuperarse temporalmente de una de sus últimas recaídas. Ramírez fue colaborador regular de las páginas de opinión de LA PRENSA y como un homenaje a su memoria publicamos este emotivo artículo, la última de sus colaboraciones para el Diario de los Nicaragüenses.
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