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Marc-Thomas Bock

Por favor, gracias, de nada

Un gran privilegio de ser maestro consiste en no solo poder enseñarles a generaciones de niños y adolescentes a leer, escribir y calcular, sino también en verlos crecer y poder influir directamente en su desarrollo personal. Es decir, es un gran regalo para una pedagoga, poder ser partícipe al lado de los padres en la educación de estos jovencitos y poder formarlos de acuerdo a un concepto humanista.

En el caso ideal existe incluso una total concordancia en la percepción de valores, así que el colegio educa a su hijo tal como lo desean los padres y viceversa. Aparte de valores universales tales como la tolerancia, honestidad o respeto por la vida humana y la creación, allí entra otro valor el cual casi es el primero en ser transmitido, pero que muchas veces es el primero en ser olvidado: la gratitud.

“Por favor” y “gracias” son de las primeras palabras que un niño en edad preescolar internaliza a través de la imitación. Justo aquí, al decir “gracias” comienza la educación a la gratitud. Para los padres siempre es una felicidad ver como sus hijos mayores les ayudan a sus hermanitos menores, mejor dicho, como los niños se ayudan mutuamente sin que se le pida especialmente. Al menos en el colegio y más allá, palabras como “Muchas gracias” o “Podría usted ¿por favor?” deberían formar parte del repertorio básico en nuestro trato cotidiano, a través de las costumbres lingüísticas se desarrolla la comunicación social.

Mis “gracias” personales no solo significan un aprecio situacional, sino aporta a que nuestra sociedad se torne más digna de ser vivida en su total. Los niños saben eso de forma intuitiva y reaccionan con la respectiva alegría cuando están recibiendo apoyo. Lamentablemente, más adelante en sus vidas, vivencias negativas como la falta de gratitud de parte de los demás, conllevara a que entre los adultos ya no se toma por descontado cuando se recibe ayuda sin haberla pedido. Algunos padres transmiten estas experiencias negativas a sus hijos. Les inculcan: “no le hagas ningún favor a nadie y tampoco se lo pidas a nadie”.

Aquí el propio espíritu de vida del adulto se traduce en una transmisión negativa de valores al propio hijo. Frases de algunos padres como “a mí tampoco nadie jamás me ha regalado nada en la vida”, no suponen educación, sino autocompasión, la cual no le ayuda al niño o adolescente en su desarrollo al adulto, sino más bien le perjudica. El ser humano es un ser social, ayudar está en nuestra naturaleza. Aquí los adultos pueden aprender mucho de los niños, quienes no solo les ayudan a otros gustosamente, sino también aceptan de buena gana la ayuda de los demás. ¿Pero de qué forma los adultos perciben la ayuda obtenida?

Muchas veces la perciben como debilidad, incluso como peligro. Alguien, que no quiere ser ayudado, jamás dirá “gracias” y alguien que no presta ayuda, jamás dirá “de nada”. Aquí hay una falla en la competencia básica social. Y podemos afirmar con seguridad, que a aquellos choferes, quienes jamás le ceden el paso a nadie, también en lo privado les cuesta pronunciar la palabra “gracias”.

El gran filósofo judío-alemán, Martin Buber, una vez escribió: “A través de la ayuda, que les prestas a los demás, encontrarás el camino hacia ti mismo”. Es una frase sabia, ya que es verídica y se comprueba en la vida cotidiana. Solo deberíamos los adultos tener la valentía de aceptar ayuda.

También deberíamos de tener la grandeza para dar las gracias, cuando alguien nos abre la puerta, también si esta persona es más pobre o de una clase social más baja o tenga menos educación que nosotros. Si no les damos las gracias a él o a ella, nos autodegradamos. Así que quisiera cerrar con una pregunta: ¿Siente usted que este artículo le haya servido en algo? ¿De verdad? ¡De nada!

El autor es director del Colegio Alemán Nicaragüense.

Ver en la versión impresa las páginas: 11 A

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