La vida como yo la conocía desapareció,
se transformó en cristales diminutos
en otras apariencias, sin fantasías,
borrosa e incierta,
con el vestido crudo de la bestia.
Y huir, durante cincuenta años hui,
caminando y durmiendo en el desierto
debajo de los puentes de hierro y agua,
y el cielo oscurecido mientras se abrían las aguas del mar.
Ahora, aquí, en el azul infinito no existe el tiempo.
Nadie me espera,
pero mi alma tiene las estrellas al alcance de su mano.
La soledad abre el ojo del alma
para ver que las rosas gigantes están iluminadas por dentro.
Y es cuando por fin encontré una zona del cielo para vivir,
un barrio de estrellas y rosas
habitado por un solo ser místico que vive en cada una de las estrellas
el éxtasis de la creación.
Y hay diez mil millones de estrellas
y diez mil millones de seres eternamente felices
cantándole al Creador.
Esta es la puerta del Paraíso.
Un solo ser y su canto
bastan para llenar una estrella
que es una rosa iluminada.
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