Carlos García, quien entró al beisbol nacional como un prodigioso rayo de energía y vitalidad, se despidió de entre nosotros con la misma serenidad con que años atrás había disfrutado del esplendor de su vida.
En el interior de una pequeña urna funeraria, depositada ayer en el Cementerio Occidental de Managua, quedó este hombre sin el cual no se puede entender la historia del deporte en Nicaragua.
La fundación del Comité Olímpico y de varias federaciones nacionales, el Mundial de 1972 y la firma de Denis Martínez, lo convirtieron en el más importante dirigente deportivo producido aquí.
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Luego de su fallecimiento la tarde del jueves, los homenajes se extendieron por varias de las instituciones a las que imprimió su sello, mientras que al mediodía de ayer, se le dio cristiana sepultura.
Así desapareció físicamente el dirigente, cuya carrera fue marcada por su talento y por su entrega al deporte, pero también por su controversial estilo para sujetar el mando en la federación de beisbol.
Su despedida ayer tarde, fue solo un trámite para el destino inmortal para el que estaba llamado, pues su legado le hará perdurar al paso del tiempo y será la vara para medir a los dirigentes del futuro.
García no fue perfecto, como nadie lo es, pero su persistencia en el poder y la aplicación de su voluntad imperial, lo volvieron una molestia para muchos que en otro tiempo lo admiraron.
Aún así, deja un enorme hueco difícil de solventar, quizá porque no habíamos sido testigos de tanta pasión, entrega y visión como la que tuvo hasta su último instante.
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