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“Mi mamá era bien chistosa”

Es una foto curiosa. Cuatro hombres morenos, fornidos y peludos, todos sin camisa, formados en hilera en el patio llano de una casa, miran a la cámara. Y entre ellos sonríe una señora blanca y bonachona, que usa falda larga y se ha recogido la blusa dejando al aire su monumental barriga. Se trata de un concurso entre hermanos para ver quién saca más panza y la mujer, Rosa Adilia López, es una maestra de la comedia. Así la recuerdan sus hijos.

Es una foto curiosa. Cuatro hombres morenos, fornidos y peludos, todos sin camisa, formados en hilera en el patio llano de una casa, miran a la cámara. Y entre ellos sonríe una señora blanca y bonachona, que usa falda larga y se ha recogido la blusa dejando al aire su monumental barriga. Se trata de un concurso entre hermanos para ver quién saca más panza y la mujer, Rosa Adilia López, es una maestra de la comedia. Así la recuerdan sus hijos.

“Chistosa, mi mamá era chistosa”, dice Belkis Gutiérrez, cuando recupera el aire tras un ataque de risa. Se pone alegre desde que escucha el nombre de su madre. Incluso ahora, mientras reconstruye en su memoria los pormenores de la noche en que su papá le disparó a Rosa Adilia y luego se suicidó, la joven esboza una sonrisa y afirma: “No he conocido a una persona tan divertida como ella”.

El viejo álbum de fotos ya parece un mazo de naipes; pero Belkis pasa las páginas sin misericordia, moviendo su dedo índice sobre las imágenes. Se detiene en una donde su madre está de pie sobre un bloque de concreto, con una sonrisa pícara, posando junto a una mujer que la supera en altura. Y ríe otra vez.

“Mi mamá se sentaba en estas sillas y me contaba tooodo sobre cómo había sido su vida”, dice de pronto, meciéndose en una “abuelita” en el porche de la cuartería que la familia arrienda a varios inquilinos.

Entre muchas otras cosas, Rosa Adilia le contaba que nació en El Sauce, departamento de León, y que por ser la menor fue la más consentida de los 12 hijos de Ramón López y Eulalia López; que su familia vivía de la tierra y que de niña era tan bromista que cuando cayó en una poza casi se ahoga porque todos se rieron de su chapoteo.

A “Rosita”, como siempre la llamaron, nunca le gustó estudiar. A regañadientes llegó a quinto grado de primaria. Ella prefería vagabundear por el campo, un poco ayudando a sembrar frijoles, pero más que todo correteando vacas y ensillando caballos. Le gustaba ir con sus primos a atrapar cangrejos en el río y a cazar iguanas en el monte. Y a veces les escondía los trompos hasta que los hacía llorar o se llevaba todas las chibolas y cuando los niños las encontraban debajo de su cama, ponía cara de inocencia y decía: “Yo no sé quién las dejó ahí”.

A los diez años quiso comprar a una bebé de cuatro meses. Sacó un salbeque de frijoles de la provisión de la casa y se lo entregó a una tía a cambio de la niña, a la que planeaba alimentar con leche de las vacas. Fue una de las pocas veces que le pegaron.

Así creció, indomable. Y cuando tenía unos 22 años dejó la casa materna para trabajar como doméstica en Managua. Por entonces ya tenía un hijo y era madre soltera. A Belkis solía contarle que un día la patrona la mandó a comprar tortillas y vio a “un señor elegante” que despacito la iba persiguiendo en una camioneta. Enojada, se detuvo para encararlo, pero al cabo se puso a platicar con él y terminó subiéndose al vehículo para ir a pasear. Así conoció a Leonel Dávila Gutiérrez, quince años mayor que ella y furgonero de oficio, el hombre que sería su esposo y padre de sus hijos y que la mataría casi treinta años después.

“Soñé que mi papá me decía que se arrepentía y en el sueño lo miré llorar. Pero a mi mamá no. A ella la sueño siempre alegre. Anda caminando, barriendo el patio”, cuenta Belkis. Es la menor de la prole de Rosa Adilia, antes que ella nacieron cuatro varones. “Buscándote a vos me llené de chavalos”, le decía su mamá. La muerte de su madre, dice la joven, fue “una puñalada en el corazón”.

Último día

Rosa Adilia era la alegría de la casa. Una noche pidió mariachis y aunque desafinada, cantó tanto y tan alto, que los charros le regalaron dos canciones. En otra ocasión fingió ante toda la familia que había servido la comida de su papá en una bacinilla. Y una vez, cuando su esposo, hipertenso y diabético, estaba insistiendo en que quería pastillas para el dolor de cabeza, ella fue a comprar botonetas y las hizo pasar por ibuprofeno. Se rio mucho cuando él le dijo que ya se sentía mejor.

En familia bebía ron y aguardiente; bailaba de todo, menos reguetón, y cuando el alcohol se le empezaba a subir a la cabeza se ponía a zapatear “sin salirse de un ladrillo”. Su hermano mayor la llamaba “Cotorra” y su hijo Luis Carlos, de 24 años, disfrutaba llevándole las nuevas del barrio. Normalmente le contaba quién acababa de caer preso.

Fue Luis Carlos quien escuchó el primer disparo, el que le pegó a su madre en el pecho, y se abalanzó sobre ella para levantarla del suelo. “No, papito, no lo hagás, no matés a mi mamita”, suplicó. Pero su padre volvió a disparar y esta vez la bala perforó el abdomen de Rosa Adilia. Después de eso, Leonel se llevó el arma a la barbilla y jaló del gatillo. Él murió poco después. Ella se rindió a las 2:30 de la mañana del día siguiente. Ambos en el Hospital Alemán Nicaragüense.

Los problemas comenzaron meses antes del crimen. Leonel, de 64 años, la celaba todo el tiempo y sospechaba de ella hasta cuando iba a la pulpería. “Si salía a barrer, le decía: ‘¿Estás esperando a tu querido?’ Y entonces ella ya no barría, me mandaba a mí. Si iba a la venta, le preguntaba: ¿por qué te dilataste tanto? Se le había metido eso”, relata Belkis.

El propio día de la tragedia, Rosa Adilia hizo su última broma. Era el domingo 24 de noviembre de 2013 y Belkis estaba cumpliendo 20 años, así que la llamó por teléfono para anunciarle que le tenía lista “una comida especial”, que resultó ser sopa de frijoles con arroz y queso. Sin embargo, más tarde le dijo: “No te celebro nada porque no tengo, pero aquí te doy este cariñito”, y le entregó 200 córdobas.

La muchacha recuerda que esa noche el cielo “estaba triste”, encapotado y sin viento, “como cuando va a haber temblor”. Sus papás llevaban dos meses separados, debido al mal comportamiento de él, pero su mamá seguía lavando la ropa y sirviendo la comida de su esposo. A eso de las 8:30, Leonel le pidió un vaso de avena y preguntó: “¿Vas a volver conmigo?”

—No, Pollo, es que vos no cambiás. Mirá ayer, me echaste el celular a la pila. Vos creés que ando con alguien y no es así. ¿Quién le va a hacer caso a una vieja? Estamos mejor así, vos allá y yo aquí —respondió ella, suavizando la voz, mientras batía la avena.

—Bueno —dijo él. Y se fue a buscar la pistola.

Sepultados el mismo día

Rosa Adilia López López y Leonel Dávila Gutiérrez fueron velados en la misma casa, el 25 de noviembre de 2013. Después , el cuerpo de ella fue llevado a El Sauce, en León, y el de él a Tipitapa, Managua. Ambos fueron sepultados a las 10:00 de la mañana del 27 de noviembre. Juntos procrearon cuatro hijos, tres varones y una mujer. Todos eligieron ir al sepelio de la madre, pero ninguno le guarda resentimiento al padre, asegura Belkis Gutiérrez, de 20 años, la hija menor. Luis Carlos Gutiérrez, de 24 años, cree que su papá “estaba deprimido” y le afectaron las “canciones rancheras” que vivía escuchando, porque hablan de “hasta que la muerte los separe” y mensajes parecidos. Los hijos de la pareja aseguran que no sabían de la existencia del arma que su padre usó para quitarle la vida a su madre.

La Prensa Domingo chistosa mama monumental archivo

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COMENTARIOS

  1. Celos malditos celos
    Hace 10 años

    Son viejos amargados q tienen buena mujer y les pagan de esa manera, que estupido enfermo cuando vean estos sintomas alejense lo mas q puedan por estos animales no cambian, perdon por lo de animal creo q son mas humano y razonan mejor q este tipo de persinas. Orden de alejamiento y busquen lugares seguro donde no las puedan encontrar por q tienen el alma podrida q aunque pasa el tiempo ellos no olvidan y buscan venganza.

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