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Emperadores hispánicos

Apropósito de las columnas que estoy escribiendo sobre el imperio de Roma y los emperadores romanos (cuyas formas de gobernar en algunos aspectos se practican todavía en la actualidad en países como Nicaragua), el amigo leonés Iván de Jesús Pereira me envió una interesante información sobre los tres emperadores de origen español que hubo en la antigua Roma.

A propósito de las columnas que estoy escribiendo sobre el imperio de Roma y los emperadores romanos (cuyas formas de gobernar en algunos aspectos se practican todavía en la actualidad en países como Nicaragua), el amigo leonés Iván de Jesús Pereira me envió una interesante información sobre los tres emperadores de origen español que hubo en la antigua Roma.

Hispania o la provincia hispánica tuvo mucha importancia para el imperio romano. Me permito recordar que la semana pasada, en el artículo sobre la Guardia Pretoriana mencioné que Octavio Augusto (el primer emperador romano) transformó un cuerpo armado especial que protegía a los generales en las campañas bélicas, para que se encargara de su seguridad personal: la Guardia Pretoriana. Antes de esto, cuando andaba en la campaña militar contra Marco Antonio Octavio Augusto se hacía proteger por una fuerza especial de ejercito cuyos miembros eran llamados “los calagurris”, porque procedían de la ciudad hispánica de Calagurri, la cual existe hasta ahora con el nombre de Calahorra y es parte de la comunidad autónoma española de La Rioja.

Todavía hoy muchos españoles se sienten orgullosos del aporte de Hispania a la gloria de la Roma imperial. En el artículo que me fue enviado por el doctor Iván de Jesús Pereira, escrito por el periodista español Cesar Cervera, este subraya que “la importancia de la provincia de Hispania que hoy ocupa España y Portugal queda retratada en que tres emperadores nacieron en esta tierra.” Y cita Cervera a un afamado escritor latino del siglo IV antes de Cristo, Pacato Drepanio, quien escribió que “Esta Hispania produce los durísimos soldados, ésta los expertísimos capitanes, ésta los fecundísimos oradores, ésta los clarísimos vates, ésta es madre de jueces y príncipes, ésta dio para el Imperio a Trajano, a Adriano, a Teodosio”.

Pero además de que los tres emperadores mencionados eran de origen hispano, dos de ellos (Trajano y Adriano) formaron parte del privilegiado grupo de los llamados “emperadores buenos” de Roma, quienes fueron cinco: Trajano, Adriano, Nerva, Antonino Pio y Marco Aurelio.

Habría que agregar que aunque el emperador hispano Teodosio no formó parte de los cinco “emperadores buenos”, sin embargo pasó a la historia como el último que gobernó sobre todo el imperio romano el cual se escindió después de que él murió. Y además Teodosio fue el emperador romano que decidió convertir el cristianismo en la religión oficial del imperio, mediante el Edicto de Tesalónica del año 380 después de Jesucristo.

Pero también es importante y necesario señalar que la antigua Hispania no solo dio al imperio romano emperadores buenos como Trajano y Adriano, ni únicamente le aportó soldados de máxima lealtad al imperio y al emperador como los antes mencionados calagurris; ni solo aportó al emperador que consagró al cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano y en adelante de toda la civilización occidental.

La Hispania también humilló en su debido momento al poderoso imperio romano con la resistencia heroica de los pueblos hispanos originarios, en particular la legendaria (pero real) lucha de Numancia contra la conquista de Roma.

Numancia ya no existe, pero en los tiempos de la conquista romana de los territorios hispánicos era una importante localidad que estaba situada cerca de la actual ciudad de Soria, en el este de la Comunidad Autónoma de Castilla y León.

Registra la historia que en el año 153 antes de Jesucristo, los numantinos encabezados por un intrépido guerrero llamado Caro de Segeda, se enfrentaron en gran desigualdad de condiciones a un ejército romano de treinta mil soldados que eran reconocidos como los mejores combatientes del mundo. Caro de Segeda murió en aquel épico combate porque en todo momento estuvo a la cabeza de los numantinos, pero estos derrotaron a los romanos.

Durante años los numantinos resistieron los abrumadores e incesantes ataques del poderoso ejército romano que comandaba por Escipión el Africano, quien tenía la orden expresa del Senado de Roma de destruir Numancia, que no quedara allí piedra sobre piedra y que ningún ser viviente pudiera salvar la vida.

Por fin, después de varios años de guerra y tras nueve meses continuos de asedio, de hambrunas, de muertes en masa por enfermedades y falta de medicinas, los numantinos decidieron incendiar la ciudad para que los romanos no pudieran conquistarla y se quitaron la vida ellos mismos, para dejar constancia para la historia que es preferible morir que perder la libertad.

Columna del día Iván de Jesús Pereira Roma archivo

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