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Cristo la única verdad

El evangelio que proclamamos este domingo continúa con las parábolas que tienen por objeto explicar el reino de Dios. Esta vez la parábola se refiere a la viña que es arrendada a unos labradores (viñadores) homicidas.

El evangelio que proclamamos este domingo continúa con las parábolas que tienen por objeto explicar el reino de Dios. Esta vez la parábola se refiere a la viña que es arrendada a unos labradores (viñadores) homicidas. Estos se quieren apoderar indebidamente de algo que no es suyo y hacen todo para lograr su fin: apalean, matan, garrotean. Pero sobre todo recurren a la acción más nefasta, matan al hijo del dueño de la viña. La parábola finaliza con un castigo a esos labradores inmorales, pero también con una oportunidad, se arrendará la viña a otros que la hagan producir.

Esta parábola se refiere a la Iglesia como realización del reino de Dios en el mundo. El Concilio Vaticano II nos recuerda que una de las figuras de la Iglesia es la viña, donde Cristo es la verdadera vid que comunica vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros que permanecemos en Él por medio de la Iglesia. Esta Iglesia se edifica en la piedra angular que es Cristo, la piedra que rechazaron los constructores (cf. Lumen Gentium, 6).

El afán de dominio del hombre ha estado presente desde sus orígenes y su causa ha sido siempre la misma, el deseo de dominarlo todo. Cuando el hombre se desliga de Dios, este abusa de su libertad, porque se considera dueño y no labrador. Labrador en el contexto de esta parábola quiere decir: construirse a partir de un fundamento que es Dios. El gran problema de hoy es que el hombre se considera a sí mismo dios. El único Dios del Hombre es el hombre mismo, decía Ludwig Feuerbach (Homo homini deus est).

La Iglesia está llamada por vocación a devolverle al hombre su dignidad, esta dignidad consiste en reconocer que es dependiente de Dios, sin perder su genio y su libertad, sino para configurarse con la verdad y el bien. Esto solo es posible en la medida que el ser humano reconoce que la única verdad que redime es la de Cristo y asumiendo como vida el evangelio.

Ante este panorama, a veces normal en muchos ambientes de la vida civil y religiosa, la Iglesia y cada cristiano, están llamados a edificar en la piedra angular que es Cristo. ¿Qué significa edificar? Poner límites a nuestro egoísmo y afán por el dinero, el poder, la vanagloria terrenal, reconociendo que solo el amor redime. Recordemos las palabras del salmista: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal. 126). Comentando este salmo el papa Benedicto VXI nos dice: “Este salmo exalta la presencia divina en el trabajo del hombre. Para ello pone en contraste la vida vivida sin el Señor, en la que en vano buscamos seguridad; y con el Señor, en la cual, a su vez, tenemos prosperidad. Ciertamente, una sociedad sólida, que nace del esfuerzo de sus miembros, necesita también la bendición de Dios, al cual ignoramos frecuentemente” (comentario al Salmo 126, Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles 31 de agosto 2015).

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