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Realidad, pensamiento y crisis

La situación actual que atraviesa el mundo puede caracterizarse, en términos generales, como de fragmentación y enfrentamiento, pues en ella encontramos la división de las sociedades, la confrontación interna de diferentes sectores en un mismo país y el recurso cada vez más frecuente de métodos de violencia y terror los que lejos de disminuir aumentan […]

La situación actual que atraviesa el mundo puede caracterizarse, en términos generales, como de fragmentación y enfrentamiento, pues en ella encontramos la división de las sociedades, la confrontación interna de diferentes sectores en un mismo país y el recurso cada vez más frecuente de métodos de violencia y terror los que lejos de disminuir aumentan y se establecen como una expresión dominante en la crisis profunda de nuestro tiempo.

El mundo percibe de qué manera el mapa político se va transformando a lo interno de las diferentes sociedades en la búsqueda de detener las acciones de grupos enfrentados ahora a los propios gobiernos de los estados a los que pertenecen, como sucede en ciertos países árabes. Esto ha llevado a Estados Unidos y a estados de la Unión Europea, a la búsqueda de acuerdos con algunos de estos países para enfrentar conjuntamente la situación.

Hace tres años, aproximadamente, el mundo presenció la rebelión en Egipto que derrocó a la dictadura de Hosni Mubarak y continuó conociendo de los permanentes conflictos entre palestinos e israelíes en una confrontación que pareciera no tener fin.

Mientras tanto en el mundo occidental, desde unos años atrás, afloraba la crisis en la euro zona y la crisis financiera mundial que impactaba de manera muy severa al sistema del capitalismo financiero transnacional y dejaba en evidencia la profunda carencia de valores éticos que golpeaba a las sociedades del llamado primer mundo y al sistema democrático, en tanto que las instituciones del Estado de Derecho se veían afectadas y subordinadas, en cierto sentido, a los intereses del capital corporativo transnacional.

Junto a estos hechos y situaciones descritos en forma muy breve y compacta, existen evidentemente muchos otros que vienen a configurar de manera más completa el mapa de la crisis contemporánea y que nosotros no podemos desarrollar en forma más amplia por razones obvias.

No obstante, de estos elementos presentados se desprenden algunas consideraciones de carácter general que nos indican el profundo cambio que la sociedad mundial ha experimentado en los últimos diez años, al extremo que ya no puede asumirse invariable el discurso del neoliberalismo y la globalización, como la tendencia absoluta en las relaciones mundiales, pues se han producido algunos cambios fundamentales y cualitativos.

Entre estas transformaciones me permitiría destacar dos: por un lado, el paso de la globalización, como característica de la sociedad posindustrial, a la fragmentación y hasta el enfrentamiento. Por el otro, en el campo del pensamiento, cabría señalar el fenómeno contrario; es decir, el paso de la fragmentación de la filosofía posmoderna, basada en la idea de la deconstrucción de los modelos y arquetipos filosóficos e ideológicos, a la tendencia de construir nuevos modelos conceptuales de carácter global. Por un lado, lo global se ha fragmentado, mientras que por el otro lo fragmentario, ha tendido a globalizarse.

La filosofía y toda la sociedad contemporánea enfrentan un reto nuevo que consiste en establecer las bases sobre las que debe rehacerse la sociedad política, económica y social contemporánea. Si bien es un desafío de todos los sectores, es el sector político el que principalmente debe tratar de encontrar los términos que hagan posible un acuerdo integral, que fortalezca la democracia e impida que su crisis favorezca la violencia. A la filosofía, por su parte le corresponde necesariamente proponer los términos racionales, éticos y los que conciernen al campo de los valores.

Es por ello que la realización de la filosofía como quehacer humano, como diálogo, como compromiso solidario, exige necesariamente reunificar lo disperso, respetar las identidades y proyectarlas al horizonte universal de la razón, pero de una razón historizada, que equivale a decir de una razón humanizada.

Ante el drama contemporáneo de la fragmentación, de la ruptura entre el ser humano y el mundo, en este momento de la “conciencia desgarrada”, para usar el término de Hegel, la filosofía debe ser esfuerzo teórico y práctico de Unidad en la Diversidad. Por eso no debe ser el estudio de un itinerario de ortodoxias, ni el conocimiento de un hilo que hilvane dogmas ideológicos, ni siquiera solo una fiel reproductora del pensamiento hasta ahora construido. Debe ser realidad que palpita en el concepto e idea que se encarna y humaniza en la historia, propuesta y diálogo que integre la experiencia y la esperanza, la libertad y la igualdad y, además, que contribuya a construir las intermediaciones que haga posible el paso de unas a otras.

Solo en ese sendero de infinito horizonte, solo bajo la idea de que su labor no responde a una verdad histórica o racional que existe a priori, sino que es construcción permanente de ella, adquiere sentido la multiplicidad de puntos de vista y, en consecuencia, la pluralidad de visiones.

En esta perspectiva la filosofía es diálogo, pues como dice Heidegger en su Estudio sobre la poesía de Holderlin, “el ser del hombre se funda en el lenguaje, pero éste sólo, acontece realmente en el diálogo (es decir hablándonos y oyéndonos unos a otros)… Somos un diálogo desde que el tiempo es”.

La filosofía entonces, diríamos nosotros, es camino y es camino entre las zarzas de la experiencia, entre los riscos de la historia, pues como dice Jaspers, “Filosofar quiere decir ir de camino y su plenitud no estriba en una certeza enunciable, no en proposiciones y confesiones, sino en una realización histórica del ser del hombre al que se le abre el ser mismo. Lograr esta realidad dentro de la situación en que se halla en cada caso un hombre es el sentido del filosofar”.

Por eso una de sus tareas ante los desafíos actuales es la de superar la separación entre teoría y práctica, idea y acción, y, en consecuencia, la de recordar, y sobre todo demostrar, que el pensamiento es una forma de la realidad. En este sentido ella es historia, diálogo. “La historia, dice Richard Kearny, como formación y conservación del significado, es un diálogo, precisamente porque me es imposible vivir en total aislamiento mi propia subjetividad”. Necesitamos de la filosofía porque no vivimos ni en el Topos Uranus de Platón, ni en el reino de la naturaleza.

Así pues, el concepto que construye la razón, fundamento del filosofar, no es una categoría abstracta fruto de la pura y exclusiva racionalidad, sino una categoría compleja que nace de la propia realidad y que resulta de la reflexión, la intuición, la observación y la acción, de la esperanza y el compromiso.

La filosofía, y en general el pensamiento crítico, enfrenta hoy uno de sus mayores desafíos que consiste en la necesidad de presentar y tratar de realizar en la práctica una propuesta de sociedad mundial basada en la interculturalidad y en la unidad en la diversidad, que es su síntesis, que sea capaz de superar la profunda crisis que enfrenta y de fortalecer y renovar valores de libertad, solidaridad y justicia.

El autor es jurista y filósofo nicaragüense

Columna del día enfrentamiento fragmentación archivo

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