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Nora Habed Lobos

El derecho al estudio en escuelas seguras

Este nuevo cierre de cuatro días de las escuelas a raíz del último terremoto localizado en el Golfo de Fonseca y que nos afectó a toda la zona del Pacífico, me hace reflexionar de cuánto estamos desorientados en lo que respecta a las prioridades en los planes de educación.

La educación es el principal motor para salir del subdesarrollo y por consiguiente es una prioridad. El cierre de los centros escolares no debería realizarse por medidas de seguridad en casos de emergencias, ya que estos tendrían que ser planificados con anterioridad construyendo y remodelando escuelas seguras. La zona del Pacífico de Nicaragua es y seguirá siendo una zona de terremotos, por lo cual debemos prepararnos con las necesarias medidas de seguridad. Esto conlleva a programar infraestructuras adecuadas, acordes a la realidad que vivimos, que garanticen el normal desarrollo de aprendizaje de las niñas, niños y jóvenes para salir del atraso cultural que crea los círculos viciosos de la pobreza.

Ya lo pudimos constatar con el terremoto de Mateare del 10 de abril que afectó también a Managua, donde los centros escolares estuvieron cerrados por casi tres semanas. Esto produce un retraso en la preparación curricular, aumenta el riesgo de deserción escolar y los índices de repetición. Además, crea problemas en los padres que no saben dónde dejar a los hijos mientras trabajan, pero sobre todo, aumenta los riesgos de vulnerabilidad psicoafectiva y social.

Si pensamos en un programa de desarrollo sostenible en el ámbito de la ayuda humanitaria y mantenemos el principio que un desastre puede ser una oportunidad para una mejor planificación, la educación, sobre todo la relativa a la escolaridad obligatoria, debería mantenerse aún en caso de eventos catastróficos.

Una buena planificación debería contemplar los centros educativos como lugares seguros que, más allá de una formación continua, crean estabilidad emocional, sanitaria y alimenticia. Para una familia que se encuentra en la precariedad, el saber que sus hijas e hijos están en lugares seguros, donde encuentran además de alimentación y control sanitario, personas que las apoyen afectivamente, es un alivio en este período de transitoriedad, más aún si pasan por momentos de duelos y pérdidas humanas y materiales. Los centros educativos juegan un papel primordial en el apoyo psicoafectivo y social. La escuela es la segunda familia para las niñas y niños.

Cabe señalar que en caso de desastres, la primera pérdida es el sentido de la cotidianidad. La infancia, como población vulnerable, necesita de un sentido de orden y de futuro. Si la escuela permanece como un espacio de socialización que reduce el estrés psicosocial para escolares y padres de familia, facilita el restablecimiento de la recuperación familiar, da un sentido de seguridad, de continuidad de la vida y de relativa estabilidad en medio de las posibles pérdidas humanas y materiales.

El aseguramiento de la continuidad del proceso enseñanza-aprendizaje es un eje fundamental en las políticas de desarrollo sostenible ,y la ayuda humanitaria debería dirigirse hacia esta visión que deberían reforzar el principio de la protección de la infancia y la adolescencia en las emergencias, desplazamientos y reconstrucción temprana. La protección de los niños y niñas pasa necesariamente a través del derecho a la educación continua, y no puede ser interrumpida por eventos catastróficos.

Hablar de educación comprende el razonamiento crítico, los aprendizajes innovadores de desarrollo, el sentido ético de normas de convivencia. La educación genera beneficios sociales, políticos y económicos, pero también tiene el potencial de perpetuar o consolidar la dinámica de fragilidad y vulnerabilidad. Protejamos nuestras escuelas, es la mejor inversión hacia el futuro.

La autora es doctora en psicología clínica

Opinión Golfo de Fonseca archivo
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