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Randy Caballero luego de recibir la Orden Alexis Argüello en el auditorio Miguel Larreynaga del ALMA. LA PRENSA/ URIEL MOLINA

Día del campeón

En su primer día completo en Nicaragua como campeón, saludó a Alexis Argüello con una ofrenda floral a las 10:00 a.m. La figura de “El Flaco” en medio de una idolatría graficada con el reconocimiento nacional lo recibió. Randy lo miró fijamente y sus ojos delataban la presencia de un vencedor, él no quiere terminar siendo un mártir del boxeo, sino que le gustaría finalizar una carrera pontificada con grandiosidad.

Randy Caballero es el muchacho que desde los 8 años quería ser una estrella del boxeo. Ahora mira su título mundial de la FIB y se siente una galaxia entera. Sabiendo que el deporte a veces es la encarnación de lo imposible, el cetro que brilla sobre sus hombros también pertenece a su papá, a quien embriagó con su hazaña. “El Matador” casi flaquea tratando de desenredar un nudo llamado Stuart Hall, pero su luz potente no solo lo mandó al fango, sino que lo replegó hacia las sombras.

En su primer día completo en Nicaragua como campeón, saludó a Alexis Argüello con una ofrenda floral a las 10:00 a.m. La figura de “El Flaco” en medio de una idolatría graficada con el reconocimiento nacional lo recibió. Randy lo miró fijamente y sus ojos delataban la presencia de un vencedor, él no quiere terminar siendo un mártir del boxeo, sino que le gustaría finalizar una carrera pontificada con grandiosidad.

Una hora después la Alcaldía de Managua entregó la Orden Alexis Argüello, la más grande medalla que un atleta puede tener y por la tarde se vistió de lanzador al soltar la primera bola en el Estadio Roberto Clemente de Masaya, en el duelo entre el Bóer y Oriental.

“Estoy agradecido por la forma que me han tratado en Nicaragua, me siento como uno de ustedes y seguiré llevando en alto la bandera. Me siento feliz por todo lo que hacen por mí, yo había dicho que vendría”, indicó el undécimo campeón del mundo.

EL HOMBRE SIN GUANTES
[doap_box title=”PODER EN SUS PUÑOS” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]13 nocauts tiene en su récord Randy “El Matador” Caballero, quien consiguió su victoria 22 al derrotar al inglés Stuart Hall en una decisión unánime en Monte Carlo, Mónaco.[/doap_box][doap_box title=”UNA BARBERÍA” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]Randy Caballero abrirá a su regreso en los Estados Unidos una barbería, la cual tendrá el lujo de invitar en su inauguración a grandes personalidades del boxeo, como Oscar de la Hoya, quien prometió estar en la apertura. “Es el primer negocio que monta, está invirtiendo su dinero y se está entusiasmando mucho”, aseguró su papá, Marcos Caballero.[/doap_box]

Para conocer a Randy Caballero es bueno introducirse en el hombre y luego en el boxeador. Caballero no tuvo la novela del joven pobre con la decadencia que viven los boxeadores del país; sin embargo su cresta se elevó con el valor de la vida mientras limpiaba piscinas con su papá, Marcos Caballero, para sobrevivir. “Si ahorita así como campeón le digo que me ayude, él todavía lo haría”, indica su entrenador y papá.

Randy habla desde la desnudez de sus palabras. Es el padre de familia que le duele sacrificar tiempo para estar en plenitud en el deporte que eligió en vez de la universidad. Con dos semestres en College, estudiando Administración de Empresas, no podía tirar golpes con un cuaderno y un lápiz, el curso de los hechos iba a demostrar que era una decisión certera. “Para sobresalir tenía que dedicarme a una de las dos cosas”, afirmó.

Es católico pero no va mucho a la iglesia, con tres años estudiando Español aún no se siente listo para tener una conversación fluida, pero considera estarlo pronto. “El Matador” no olvida la plática con su papá durante la pelea de título mundial ante Stuart Hall.

“Le dije a mi papá que mi mano izquierda estaba hinchada y él me respondió: ‘O la paramos o seguimos’ y de inmediato le dije que siguiéramos”, recuerda que lo mismo pasó en una pelea con 17 años, que terminó en cirugía y le operaron la misma mano y dejó el boxeo por un año, pero volvió al camino porque era su destino.

El joven de 24 años se enorgullece de estar por cuarta vez en Nicaragua, sabe que no se tiene un reconocimiento como el que ha conseguido por casualidad. Ahora está en una posición donde muerden los cocodrilos y aunque diga que vive un sueño, su fantasía es tan palpable como su sencillez.

 

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