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Francisco Aguirre Sacasa

Energía y competitividad

Mucho se está comentando la necesidad de hacer de Nicaragua un país más competitivo para que pueda crecer más rápidamente en un mundo en donde cada día la eficiencia cuenta para más. Por ejemplo, en un reciente editorial del Cosep, Juan Carlos Aguerri hizo hincapié en la necesidad de agilizar los trámites burocráticos en Centroamérica para revertir una situación absurda en donde toma más tiempo enviar mercancías de Puerto Cortés a Nicaragua que de Miami a Puerto Cortés. También hay un gran temor que al perder los TPLs, nuestras zonas francas podrían perder aproximadamente siete mil empleos por ver erosionado su competitividad versus otros países.

[doap_box title=”” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]Brindar más energía estable, segura y a costos más cómodos a Nicaragua y construyendo una central de no menos de 300 MW, que sería alimentada por gas natural o carbón mineral. Ambos insumos son abundantes y baratos y se prestan para el uso de tecnología moderna que es amigable para con el medioambiente.[/doap_box]

En esta misma onda, recientemente leí un informe del Council of the Americas, un centro de estudios estadounidense, que abordó una reciente iniciativa del Presidente Peña Nieto de México que abriría el sector de hidrocarburos azteca hacia una mayor participación de compañías energéticas extranjeras. Lanzó esta apertura —con el respaldo, por cierto, del PAN y el PRD, junto con el PRI, los tres partidos más grandes de México— por una sola razón: porque el costo de electricidad en México estaba 25 por ciento por encima del de Estados Unidos, su socio comercial más importante. Ese 25 por ciento le restaba competitividad a México y se traduciría en un crecimiento más lento de la economía mexicana y en menos exportaciones y empleos.

Si el presidente Peña Nieto de México y sus dos principales contrincantes están uniendo esfuerzos para modificar políticas públicas porque estas obstaculizan a la competitividad mexicano por el diferencial de 25 por ciento en el precio de electricidad, ¿cuánto más razón tendríamos nosotros para reducir las tarifas de electricidad en nuestro país en donde, por ejemplo, pago tres veces más por kwh de electricidad en mi casa que lo que pago por kwh en Estados Unidos? ¿Acaso no se iba a resolver este problema con el cambio de matriz? ¿Qué nos pasa y qué debemos de hacer para lograr costos de generación y tarifas más razonables, para hacernos más competitivos?

Para comprender mejor nuestra situación y buscar soluciones a los elevadísimos costos de electricidad en Nicaragua, recurrí a diferentes fuentes incluyendo la página web del INE. ¿Qué saqué de claro de este ejercicio?

Primero, hemos adelantado en el cambio de matriz. De 2001 a 2013, el último año que INE brinda información en su página web, el porcentaje de nuestra capacidad instalada efectiva que depende de derivados de petróleo ha bajado del 75 por ciento al 57 por ciento. Interesantemente, el cambio más rápido en la matriz se dio entre 2001 y 2006 cuando pasamos del 75 por ciento quemando hidrocarburos a 62 por ciento, un bajón de 13 puntos porcentuales. Desde 2007, el cambo ha continuado pero a un ritmo más lento: cinco puntos porcentuales.

Segundo, nuestra alta dependencia de generadores que queman hidrocarburos nos sigue perjudicando por el alto costo de estos insumos que alcanzaron hasta casi US$$150 por barril a mediados de 2008. Esto ayuda a explicar nuestro alto costo de electricidad, también contribuyen a él, el alto nivel de “pérdidas” en el sistema, incluyendo energía no pagada por el consumidor.

Tercero, ha sido notable el crecimiento de energía eólica en Nicaragua. Aumentó de cero en 2008 a 14 por ciento de nuestra capacidad instalada en 2013. Esta energía es limpia y renovable pero es “intermitente”. Esto quiere decir que sólo podemos contar con ella durante los meses en que los vientos son constantemente fuertes, principalmente en meses de verano.

Cuarto, la energía hidroeléctrica ha ido disminuyendo del 17 por ciento en 2001 hasta tan sólo el 11 por ciento de capacidad instalada en 2013. Dicho de otra manera, mucho se ha hablado de Tumarín, el proyecto emblemático del sector, pero muy poco se ha hecho. Además, centrales como Tumarín tienen el inconveniente que requieren de embalses que desplazan a gente y que en épocas de sequía se ven obligadas a reducir su producción.

Y, quinto, nuestras plantas existentes todas son pequeñas. Según INE sólo hay una cuya capacidad de instalación efectiva es de 100 Megwatts (MW). La mayoría de ellas son pequeñas y no alcanzan costos de producción más bajos por no lograr tamaños mínimamente grandes. En la jerga de economistas, no gozan de “economías de escala”.

En vista de los factores antes enumerados, ¿qué hacer? Para mí es obvio. Podemos brindarle más energía estable, segura y a costos más cómodos a Nicaragua —y a Centroamérica, exportando parte de su producción— construyendo una central de no menos de 300 MW que sería alimentada por gas natural o carbón mineral. Ambos insumos son abundantes y baratos, y se prestan para el uso de tecnología moderna que es amigable para con el medioambiente.

El costo de este proyecto sería la mitad del de Tumarín y generaría el doble de la electricidad sin desplazar a cientos de familias nicaragüenses. Además, costaría menos 0.5 por ciento de lo que se estima costaría el faraónico canal interoceánico y se prestaría a hacerse con capital privado, gubernamental o mixto. Bien diseñado y trabajándolo con transparencia, sería rentable y podría ser interesante para socios financieros serios como el Grupo del Banco Mundial o el BID. Pero su más grande virtud es que transformaría a nuestro país comenzando a revertir uno de los factores que más perjudica a nuestra productividad: el alto costo de electricidad.

El Autor fue Director en el Banco Mundial y Presidente de la Comisión de Presupuesto, Economía y Producción de la Asamblea Nacional.

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