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Psicoanálisis de dictaduras

Es un hecho indudable que ciertos revolucionarios o golpistas de Estado que conquistan el poder, se convierten luego en dictadores no previstos por el pueblo. Lo demuestran palmariamente las deplorables experiencias de algunos países de América Latina y el mundo.

Es un hecho indudable que ciertos revolucionarios o golpistas de Estado que conquistan el poder, se convierten luego en dictadores no previstos por el pueblo. Lo demuestran palmariamente las deplorables experiencias de algunos países de América Latina y el mundo.

Como una airosa excepción revolucionaria, cito que en el año 1948, en la vecina Costa Rica, el líder José Figueres Ferrer, luchó valientemente y con todo su empeño para que don Otilio Ulate Blanco (a quien este autor, muy joven, tuvo el agrado de conocer personalmente en “su” casa presidencial) asumiera la presidencia de la República, que le había sido usurpada fraudulentamente en elecciones anteriores.

Figueres, después de su triunfo arrollador en la revolución costarricense, entregó gallardamente el poder a Ulate, para que este gobernara el país, conforme la Constitución y las leyes lo exigían.

Del caso inusual de Figueres y del “mono” Ulate se desconocen antecedentes similares en el mundo, porque indefectiblemente los revolucionarios luchan —según ellos— por la “justicia y la libertad”, valores que fingen o pretenden restaurar con el derrocamiento del tirano de turno, pero luego el cabecilla del grupo, que se hace del poder, se entroniza en el mismo por tiempo indefinido, imponiéndole a los ciudadanos un odioso e intolerable seguimiento a la dictadura anterior.

Algunos ejemplos, en orden cronológico, de dictadores en América Latina que siguieron en fila detrás de su homólogo anterior, o escalaron el poder por golpe de Estado (generalmente militares): Gustavo Rojas Pinilla, Colombia 1953-57; Carlos Castillo Armas, Guatemala 1954-57; Fidel Castro, Cuba, 1959; Humberto Branco, Brasil 1964-67; Hugo Banzer, Bolivia 1971-78, 1997-2002; Augusto Pinochet, Chile 1973-1990.

Entre las causas de que los presuntos “libertadores” revolucionarios (o los militares golpistas) se conviertan luego en dictadores, cabe mencionar: la enajenación del poder; vocación dictatorial que aflora en ellos en circunstancias propicias; el abierto y decidido apoyo del Ejército y de la Policía al nuevo régimen opresor del país; los políticos oportunistas o incondicionales que rodean al dictador en cierne que lo entusiasman para que siga gobernando con ellos; compromiso político del dictador, por ideologías homólogas con otros dirigentes regionales; se consideran indispensables y únicos para gobernar, por complejo de inferioridad, traumas de la niñez o desajustes mentales; se atribuyen erróneamente un gran mérito por haber derrocado al dictador anterior, por lo que deben ser “compensados” por los habitantes del país, para que carguen ahora con su propia dictadura.

El pueblo o su mayoría, por otra parte, no reacciona cívica ni enérgicamente, es débil e indiferente; no quiere otra revolución tan próxima a la anterior y se adapta a la autoridad del insospechado y flamante dictador; se somete a la nueva dictadura por temor al Ejército y a la Policía; se consuela con aquello de que “no hay mal que dure cien años…” y dejan a la evolución el cambio pacífico de gobierno para un futuro remoto e indefinido.

Los dictadores pueden adueñarse del poder: por revolución; por golpes de estado, por ascenso legítimo al poder en las urnas que luego desvirtúan imponiendo la dictadura; por “herencia política”, que conduce a la dinastía; por contar con el apoyo de gobiernos o instituciones internacionales.

El fenómeno patológico de la dictadura estuvo en boga en América Latina por las décadas de los 50, 60 y 70, aunque a nivel mundial y actualmente, uno de cada tres ciudadanos conviven con dictaduras y se habla consecuentemente de unos dos mil millones de hombres que están bajo las botas de tal aberración política.

Analizando los diversos regímenes políticos que han creado y aplicado los hombres para gobernar desde hace muchos siglos y todo lo que históricamente ha padecido la pobre humanidad por la búsqueda violenta y ambiciosa del poder, la democracia liberal sigue siendo indudablemente, a pesar de sus defectos —sólo Dios es perfecto—, el mejor sistema de gobierno que se ha concebido, por una razón muy simple: es la única que garantiza el derecho natural e inalienable del hombre: su plena libertad.

El autor es ingeniero

Columna del día columna dictaduras Opinion archivo

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COMENTARIOS

  1. Dionisio Garcia
    Hace 9 años

    Y los que mueren en la lucha para liberar al pueblo. Los que junto con las madres de esos martires que lo entregaron todo. Que dice su analisis al respecto. En mi observacion de la polemica que se desarrolla entre los bandos que discuten la nueva forma de administrar, usualmente y radicalmente opuesta al poder anterior, encuentra apoyo en las masas, ya cansadas de derrames de sangre, de lucha y frustracion por obvias razones se contentan al status quo. Cuba por ejemplo.

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