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Vista aérea de la línea formada por cientos de globos blancos iluminados trazando el curso del antiguo Muro de Berlín, la capital de Alemania. El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro y se reunificó el país. LA PRENSA/ EFE/ EPA/ RAINER JENSEN

“¡Abran la barrera!”, gritó el guardia Jäger

“¡Abran la barrera!” Con esta orden lanzada en medio del pánico el 9 de noviembre 1989, el guardia fronterizo de Berlín-Este Harald Jäger dejó a una muchedumbre de alemanes del este abalanzarse hacia el oeste y hacer caer el Muro. Veinticinco años después, en un pueblo gris del norte de Berlín, este exfuncionario de la RDA rememora, apoltronado en el sofá de su modesta vivienda, aquella velada histórica que conmocionó la historia política del siglo XX.

“¡Abran la barrera!” Con esta orden lanzada en medio del pánico el 9 de noviembre 1989, el guardia fronterizo de Berlín-Este Harald Jäger dejó a una muchedumbre de alemanes del este abalanzarse hacia el oeste y hacer caer el Muro. Veinticinco años después, en un pueblo gris del norte de Berlín, este exfuncionario de la RDA rememora, apoltronado en el sofá de su modesta vivienda, aquella velada histórica que conmocionó la historia política del siglo XX.

[doap_box title=”¡Hiciste bien!” box_color=”#336699″ class=”aside-box”] El teniente coronel Harald Jäger, quien trabajaba en la Policía de fronteras de la RDA “desde hacía 28 años”, era adjunto al mando del puesto fronterizo de la Bornholmer Strasse, en el norte de Berlín-Este. Estaba adscrito a la Stasi.
Hoy se emociona al recordar cuando se abrió lentamente la barrera blanca y roja, en medio de la noche helada para dejar pasar a una marea humana incontenible, un hecho que marcó el final de un mundo partido en dos desde la Segunda Guerra Mundial.
“Nunca había visto tanta euforia y desde entonces no volví a ver algo igual”, sonríe Jäger, de 71 años de edad. Cuando dejó su servicio en la madrugada del 10 de noviembre llamó a su hermana. “Fui yo quien abrió la frontera esta noche”, le confesó. Y ella le respondió: “¡Hiciste bien!” [/doap_box]

Cuando Jäger empezó su servicio el 9 de noviembre esperaba tener “una jornada de trabajo normal” con “14 hombres a sus órdenes a partir de las 18:00”, la hora en que el jefe del puesto se iba a su casa. Y esto a pesar de que la RDA estaba en ebullición desde hacía semanas y los puestos fronterizos estaban en estado de alerta. Sin embargo, no imaginaba que algunas horas más tarde miles de personas se aglomerarían frente a sus ventanas.

Jäger fue entonces al comedor “para comer un tentempié”. Pero las cosas se precipitaron rápidamente. La televisión difundió declaraciones de un dirigente comunista que anunció, para sorpresa de todos, que la RDA autorizaba los viajes al extranjero “inmediatamente, sin demora” para los alemanes del este, encerrados tras el Muro desde hacía 28 años.

“El panecillo se me atravesó en la garganta, no creía lo que oía y me dije: ‘¡Pero, ¿qué tontería acaban de anunciar?!’”, cuenta. Luego volvió rápidamente a su puesto, donde sus colegas no se lo creían: “¡Harald, lo oíste mal!”, bromeaban.

Llamó por teléfono a su superior con la esperanza de recibir instrucciones. “¿Me llamas por semejante estupidez?”, se quejó su jefe, y le dijo que ordenara a la gente volver a sus casas si no tenían la autorización necesaria para cruzar la frontera. Algunos curiosos empezaron a llegar hasta la Bornholmer Strasse. Poco a poco, el grupo se convirtió en una multitud que gritaba: “¡Déjennos salir!”

“NO HAY ÓRDENES”

Frente a la situación, el guardia volvió a llamar a su superior jerárquico. “¡Jäger, no tengo ninguna orden de arriba! ¡No tengo órdenes para darte!”, le respondió.

Mientras tanto, una verdadera marea humana se estaba formando frente al puesto fronterizo. “Hacia las 21:00 o 21:30 toda la calle estaba bloqueada” y pidió a su jefe gritando: “¡Hay que hacer algo!”

Para calmar los ánimos le ordenaron entonces que identificara a los más agitados entre la muchedumbre y les permitiera pasar al oeste. “Pero eso provocó el efecto contrario. La muchedumbre se excitaba cada vez más”, recuerda.

Jäger, sin saber qué hacer, temía que hubiera una avalancha de pánico, “que la gente se pisoteara”. Entonces se sintió terriblemente solo. “Fue entonces que me dije: ‘Ahora tienes que actuar tú. Poco importa lo que pueda ocurrir, debemos dejar a los ciudadanos alemanes del este cruzar la frontera’”, recuerda.

Y fue así como “hacia las 23:25 o 23:30” ordenó a sus hombres: “¡Abran la barrera!” Primero sus subordinados se mantuvieron rígidos y tuvo que repetir la orden.

“No fui yo quien abrió el Muro. Fueron los ciudadanos del este alemán que se concentraron allí aquella noche. Mi único mérito fue que aquello ocurriera sin que se derramase una sola gota de sangre”. Harald Jäger, guardia fronterizo de Berlín en 1989.

Internacionales Barrera Jäger Segunda Guerra Mundial archivo

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