Desde el principio de la humanidad las mujeres y los hombres han usado perfume, todas las civilizaciones han tenido sus propias esencias, mezclas y extractos únicos que les hace destacar o ser recordados.
El perfume es el accesorio invisible e indispensable para cualquier persona, nunca una misma fragancia será igual en otro individuo, ya que esta se define por el PH de la piel, esta es la clave inherente para la atracción entre los seres y ha sido usado siempre junto con el perfume, como una herramienta infalible para el proceso químico al que llamamos deseo.
Hoy en día el perfume es una fragancia más que una invasión de olores al pasar, el perfume debe de ser sutilmente perceptible, pero lo suficientemente memorable como para desprender un “¡Qué rico que olés!”.
No es considerado de buen gusto, ser un aromatizante ambulante en los alrededores, dejar estelas de olor no es lo ideal. Más que nada se trata de matizar sensaciones, crear espacios que conecten con los elementos sensoriales de quien se nos acerque o a quien roce nuestra piel.
El perfume es como la ropa, puede expresar o expresa mucho de quien lo usa, de su personalidad y también de su humor, del estado físico y de su categoría por calidad humana, no por posición social. El perfume al igual que al vestir todas las mañanas, puede cambiar gracias al humor, hay días de maderas añejadas, otros de jazmines de verano y otros de limas y peras en miel. Es cuestión del momento y lugar, el color de su energía y estado de ánimo.
Pero el perfume puede ser también un distintivo, un sello y este puede conseguirse no solamente usando el mismo perfume por siempre, sino también por usar perfumes de una misma familia olfativa; cítricos, esenciales, amaderados, florales o dulces.
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