Días atrás, los pobladores de la Isla de Ometepe marcharon unidos como zompopos por las calles de una ciudad. Esta tradición de origen indígena practicada por siglos, tuvo en esta ocasión un propósito diferente. En vez de bailarle a San Diego cargando tradicionalmente las ramas de árboles, ese día los zompopos cargaron pancartas para expresar su rechazo a ser uno de los blancos de los inversionistas chinos en Nicaragua. Los isleños no ven en la Ley 840 el mensaje de salvación que algunos profetas predican traerá el progreso a toda Nicaragua.
Según lo propuesto por los inversionistas chinos, Ometepe se convertirá en un complejo turístico extenso que será construido en propiedades que han sido patrimonio de los pobladores de la isla por generaciones. Todas serán expropiadas. Sin embargo lo que es considerado “progreso” para algunos intelectuales en tierra firme, para los isleños es una usurpación al legítimo derecho de vivir y morir en la tierra que históricamente les pertenece. La ley que les obliga a entregar sus posesiones a una inversión extranjera a cambio de treinta monedas de plata, es la antítesis de la ley que existe en cada corazón de los ometepinos.
Hasta hace pocos años, el ahora llamado merecidamente Oasis de Paz, era poco conocido en Nicaragua al igual que sus habitantes. Muchos nicaragüenses del Pacífico deducían cuando se topaban con un “isleño” que este era coterráneo de los pueblos del Caribe de Nicaragua. Esta falta de información fue finalmente corregida por los propios isleños quienes han resaltado a este paraíso en el mapa de Nicaragua con su deseo incansable de superación. Un deseo que en el pasado los obligó a aventurarse a dominar en canoas al Cocibolca y descifrar todos los secretos del lago desde el tiempo de Macuilmiquiztli. Luego fueron seguidos por los mestizos con sus barcos artesanales de velas y las lanchas de madera para sacar y vender el fruto de su trabajo en el resto de Nicaragua y Centroamérica.
Desafortunadamente el deseo de los isleños de superarse en paz, siempre ha tenido antagonistas desde el mismo momento de su llegada al lugar de los dos cerros. La codicia de extranjeros por poseer este paradisiaco lugar no es noticia nueva para sus habitantes. Comenzó con el otorgamiento de la isla como encomienda a un español en el siglo XVI y fue seguido por el afán de los piratas ingleses en convertirla en refugio de botines. El mismo William Walker la convirtió en un campamento de refugio y tuvo que huir cuando los zompopos al ritmo del tambor se prepararon para defenderla.
Hace pocos días el tambor volvió a sonar. Otra vez una fuerza extranjera quiere venir e intimar con ellos. Y así como lo urgió José Martí en otra isla, los zompopos expresaron su desdén a las caricias de un extraño. Porque no está en su naturaleza traicionar la verdadera ley que les rige la existencia. La ley que está escrita con la tinta de tierra y agua sobre la conciencia congénita heredada y que los enraíza y ata a su suelo. Suelo donde descansan sus patriarcas en los cementerios antiguos indígenas y en los de los pueblos del lugar. Cementerios que rehúsan entregar a cualquiera para ser aplanados por una oruga para luego convertirlos en campos de golf.