No está mal que el tema del canal sea hoy el gran tema de los nicaragüenses. Al fin a cabo es un proyecto que, de efectuarse, marcará indeleblemente, para bien o para mal, el destino del país. Lo malo es que opaque, o deje fuera de agenda, a otros temas importantes; como por ejemplo el tema de la estabilidad familiar.
Fortalecer la familia debería estar en la cumbre de nuestras preocupaciones sociales. Por razones parecidas a las que hacen importante al canal: porque lo que pasa en la familia marca indeleblemente el futuro de cada uno de los nicaragüenses, para bien o para mal.
Algunos podrán debatir las virtudes del matrimonio, pero nadie discute la importancia monumental que tiene la familia en forjar o arruinar el carácter, los valores, y la calidad de vida de las generaciones. En esto coinciden psicólogos, pedagogos y científicos sociales: una familia estable, con un padre y una madre unidos armónicamente en la tarea de formar bien a sus hijos, es incomparablemente mejor que una familia rota o desgarrada por los conflictos. La evidencia estadística al respecto es abrumadora: los criados en familias estables tienen mejores ingresos, rendimiento académico y salud psicológica, que los criados en hogares rotos.
El problema en Nicaragua es que el hogar estable es minoría. La mayoría de nuestras familias son disfuncionales; sumamente inestables, lo que redunda en generaciones de niños y niñas dañados, con inmensas desventajas sociales y emocionales.
Si todo lo anterior es cierto —y no creo que haya quien demuestre lo contrario— lo lógico sería colocar el fortalecimiento de la estabilidad familiar entre las prioridades más altas de cualquier agenda nacional: debería aparecer en los programas de los partidos políticos o en los planes de gobierno, descollar en el currículo educativo y en las investigaciones universitarias. Pero no ocurre.
Un reciente “Aporte a un Consenso Nacional”, elaborado por varios partidos políticos y organizaciones civilistas, no dice una palabra al respecto.
Tampoco lo aborda el “Plan Nacional de Desarrollo Humano 2012-2016” elaborado por el Gobierno, el cual se limita en su programa “Amor” a socorrer a las víctimas de la violencia o abandono intrafamiliar, pero sin aludir a la raíz del problema. Algo similar ocurre con el currículo. En las universidades o centros de investigaciones, por su parte, los intereses van por otro lado: el famoso medioambiente, el desarrollo rural, la canasta básica, la institucionalidad, etc. Pero brillan por su ausencia estudios sobre la problemática de la inestabilidad familiar, o debates sobre sus posibles remedios.
Podríamos concluir que, en Nicaragua, el tema de la familia está fuera del radar de las preocupaciones nacionales. Lo que implica que todavía no hay eco para los exhortos que este año han hecho las Naciones Unidas y la Santa Sede a favor de la importancia que debe otorgársele a la temática familiar. Lo que implica, a su vez, que sufrimos una especie de insensibilidad social, contraria al principio de la solidaridad cristiana. Porque las víctimas de este problema son los más débiles. Decía al respecto el papa Francisco que “el colapso del matrimonio y la familia ha traído devastación espiritual y material a incontables seres humanos, sobre todo los más pobres y vulnerables”, a los niños, mujeres abandonas, y ancianos.
Y aquí está precisamente una de las causas de la poca repuesta al problema: los más débiles carecen de voz. Sus opiniones no afectan los votos. No marchan en las calles con el puño en alto, ni tienen quién los represente. Como los sacrificados en el vientre materno, nadie, salvo Dios, escucha su clamor.
El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.
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