En un artículo reciente, el general Humberto Ortega Saavedra se interroga por qué Augusto Nicolás Calderón Sandino, así registrado en el acta de nacimiento, se le debe llamar Augusto César Sandino. Su tesis principal es que Augusto Nicolás Calderón Sandino nunca usó ese nombre, dice Ortega “él firmaba como Augusto César Sandino, Augusto C. Sandino, A.C. Sandino y A.C.S. También hizo uso de César Augusto Sandino”. No obstante, la pregunta fundamental para mí, no es por qué se le debe llamar Augusto César Sandino, sino por qué Augusto Nicolás obvió durante su vida utilizar el apellido Calderón de su madre, cambiando insistentemente la “C” de Calderón por el nombre César.
La respuesta a esta pregunta arroja mucho más sobre Augusto Nicolás, su lucha y el contexto económico, social y familiar que le tocó vivir. Los extranjeros que difundieron, alentaron y propagandizaron su lucha, lo único que hicieron fue reproducir el nombre que él mismo escogió usar en las cartas que intercambió con líderes de América Latina y el mundo. No fueron los propagandistas de Augusto Nicolás los que definieron su nombre sino él mismo.
Hay mucha evidencia que demuestra que Augusto Nicolás obvió de forma premeditada utilizar la “C” de Calderón, convirtiéndola en la “C” de César. El rechazo al apellido Calderón jamás significó una negación de su madre, sino más bien un ocultamiento deliberado de su condición de hijo bastardo e indígena, que limitaba sus ambiciones de proyección y ascenso social. El mismo le narró al periodista y amigo José Román en 1933: “Yo no soy hijo del matrimonio soy pues un hijo del amor o un bastardo mi madre con frecuencia daba a luz, lo que agravaba nuestra situación. Créanme, es horrible recordarlo, pero es la pura verdad”. Desde luego que esta condición en lo más mínimo deslegitima sus cualidades de héroe, pero advierte sobre el efecto nocivo que causó en su personalidad el problema del abandono y la bastardía.
Augusto Nicolás nació en un contexto económico-social marcado por la modernización impulsado por el presidente Zelaya a finales del siglo XIX, que afectaba de forma diferente a sus padres después de los treinta años de gobierno conservador. Mientras su padre se había beneficiado con la privatización de las tierras comunales indígenas convirtiéndose en terrateniente, comerciante y juez de Niquinohomo; su madre se vio obligada a vender su fuerza de trabajo en condiciones miserables casi esclavas, al recibir pagos adelantados, que la endeudaban y ataban a las fincas de café donde trabajaba. En la meseta de los pueblos se estaba desarrollando un proceso que permitía el ascenso social de una nueva capa de propietarios y el deterioro social de otros grupos. Su padre era el representante típico de la clase media mestiza y su madre una típica “india”; es decir pobre. Para los “indios”, la disolución de la comunidad indígena, introducida por el liberalismo, significaba la pérdida de la propiedad comunal “sinónimo de pobreza y atraso social”; mientras para la clase media significaba aspiraciones de prosperidad y modernidad.
En sus primeros diez años de vida, Augusto Nicolás, al lado de su madre y hermanastros nunca disfrutó de la prosperidad de su padre. “Abrí los ojos en la miseria y fui creciendo en la miseria, aun sin los menesteres más esenciales para un niño, y mientras mi madre cortaba café, yo quedaba abandonado Dándome cuenta que mi madre andaba lejos con una sarta de hijos y mi padre por otro lado casado con una mujer que no podía verme”. En ese mismo relato hay un reclamo profundo a su padre: “Trabajábamos mi madre y yo en una finca del alcalde del pueblo, siendo mi padre el juez. Ella había recibido un anticipo de unos pocos pesos, pero como le ofrecieron pagar mejor en otro cafetal, resolvió aceptar para pagar más pronto su deuda, pero el señor alcalde temeroso de perder su anticipo dio orden de captura contra ella”. El maltrato sufrido por su madre en la cárcel le provocó un aborto que el propio Augusto Nicolás tuvo que atender: “Y a mí, solo me tocó asistirla. ¡Íngrimo! En aquella fría prisión antihigiénica del pueblo Ya dormida mi madre insomne, me acosté a su lado en aquel suelo sanguinolento y pensé un miles de atrocidades y venganzas feroces, pero dándome cuenta de mi impotencia ”
A pesar de las experiencias traumáticas, su férreo carácter y sus ambiciones de destacar lo impulsaron a buscar la ayuda de su padre para abandonar la miseria y a los 11 años increpó en la calle a su padre: “Me arrimé y le interpelé llorando, pero enérgicamente: —Óigame señor ¿soy su hijo o no? Y mi padre contestó: —Si hijo soy tu padre. Entonces le repliqué: —Señor, si yo soy su hijo ¿por qué no me trata usted como trata a Sócrates?” Ese reclamo revela un alma atormentada, por la falta de protección de su padre, pero al mismo tiempo valiente al estar dispuesta a luchar por su bienestar, al no dejarse vencer por las condiciones que le habían tocado vivir. Atisbos de una personalidad con “voluntad, aspiraciones y disciplina” que sin duda serían fundamentales en su lucha contra la marina norteamericana.
Pero las penurias de Augusto Nicolás, como dice Wünderiche, no terminaron allí: “en el hogar de su padre, sin embargo, no terminaron de inmediato las humillaciones. En un principio, su madrastra no permitió que se sentara a la mesa de la familia, de modo que tenía que comer con la servidumbre. No obstante, la necesidad de tener que ganarse y mantener el reconocimiento de su padre, resultaron un reto positivo para el muchacho”.
General Ortega, usted en su mismo artículo hace suyas las palabras de Wünderiche, “ni siquiera el eminente nombre de Augusto César Sandino, con el cual posteriormente se hizo famoso, fue un regalo de sus padres”. Si nos atenemos a la verdad histórica, Augusto Nicolás Calderón Sandino no necesitó del apellido Sandino para llegar a ser quien fue. Sin embargo, el estigma de ser hijo natural e indígena lo avergonzó toda su vida; como dijo Wünderiche, reconocía en público que tenía “sangre india”; pero en privado tenía la necesidad de “ocultar el lado indio de su propia procedencia”. Por tanto, es intrascendente su nombre, lo realmente importante a discutir son las condiciones materiales y sociales que crean miles de familias como las de Augusto Nicolás. Este problema ha gravitado y gravita aún “vivo y coleando” en nuestro pueblo y en sus élites, y condicionan de forma negativa su comportamiento político hasta hoy.
El autor es politólogo
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