14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Las aulas que se utilizan para los Espacios para Crecer son acondicionadas con materiales escolares para que los niños sigan aprendiendo y jugando incluso después de sus horas de clases. LA PRENSA/ CORTESÍA

Espacio para crecer estudiando

El silencio de Karawala, una comunidad de la Región Autónoma del Caribe Sur (RACS), termina a las 2:00 de la tarde. A esa hora una veintena de niños canta a todo pulmón, suenan panderetas y flautas porque es tiempo de jugar, seguir aprendiendo y olvidar que en casa —debido a la situación económica de la […]

El silencio de Karawala, una comunidad de la Región Autónoma del Caribe Sur (RACS), termina a las 2:00 de la tarde. A esa hora una veintena de niños canta a todo pulmón, suenan panderetas y flautas porque es tiempo de jugar, seguir aprendiendo y olvidar que en casa —debido a la situación económica de la zona— sus padres no tienen qué darles de comer.

[doap_box title=”Que conozcan
su entorno” box_color=”#336699″ class=”aside-box”] En el barrio El Canal —uno de los más peligrosos de Bluefields— una veintena de niños son atendidos por CARS porque “muchos de ellos tienen problemas con la lectura y eso los estaba alejando de la escuela”, dice la profesora Estela Cooper. Pero también se les enseña a reconocer cuáles son los riesgos que tienen en su comunidad.
Por eso, aunque por hoy se acabó el tiempo para los EPC, Jeremías González, de 7 años, se detiene y cuenta que de grande estudiará para ser policía porque en su barrio “hay muchos chavalos que roban y eso no es bueno”. [/doap_box]

Su canto se escucha casi por todo el vecindario y el bullicio de sus nuevos instrumentos avisa que en esa comunidad se abrió un Espacio para Crecer (EPC).

Para ellos la jornada escolar no termina a las 12:00 del mediodía. A esa hora apenas hacen una pausa para almorzar en la escuela y dos horas más tarde se reúnen con su profesor Edwing Campbell en ese nuevo espacio educativo con el que el programa Acción

Comunitaria para la Lectura y Seguridad (CARS, por su siglas en inglés) quiere mejorar la calidad de la educación y evitar que los niños se vayan de las aulas antes de terminar la primaria.

En los EPC, explica Estela Cooper, profesora del colegio Menorca, situado en el barrio El Canal, en Bluefields, se refuerzan los conocimientos de Matemáticas y Lengua y Literatura, sobre todo porque en esta última materia se detectaron problemas de comprensión lectora.

Apenas la mitad de los estudiantes de tercer grado que hablan español leen las sesenta palabras por minuto que, según los parámetros internacionales de lectura, deben leerse en ese grado de primaria, apunta José Ramón Laguna, especialista en monitoreo y evaluación de CARS.
En la RACS hay tres problemas serios que impiden que los alumnos asistan a la escuela y permanezcan en ella: “La lejanía, el factor económico y los riesgos que hay en el camino hacia la escuela (como las drogas, delincuencia y violencia). Todos esos son factores por los que el niño se mantiene más fuera de la escuela que dentro”, reconoce Thallia Dixon, especialista en movilización comunitaria de CARS.

Y la solución de esos problemas que aquejan a los comunitarios, apunta Richard Fisher, director de CARS, está en la escuela. Desde ahí se puede asegurar al estudiante una educación de calidad que en vez de alejarlo, lo atrape e impida salir del aula sin concluir por lo menos los 13 años de escolaridad promedio que se requieren para salir de la pobreza, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.

“Un niño que no se siente seguro es difícil que aprenda. Está comprobado. El niño necesita sentirse protegido, a salvo y que su vida no está bajo amenaza”, apunta Fisher.

LOS PADRES SON CLAVE EN EL PROCESO

Pero también el apoyo de los padres es vital, por eso dentro de su estrategia CARS incluyó las “escuelas para padres para que ellos aprendan bien la importancia de apoyar a sus hijos en la escuela y que es una inversión para el futuro (porque) un niño que aprende y que se queda seis años en la primaria por lo general se casa más tarde, tiene menos hijos y todos los índices socioeconómicos van para arriba”, dice Fisher.

Por eso Minerva Watlar, quien habita en Sandy Bay Sirpi o en “la puerta de droga”, como le llaman los pobladores a esta zona donde hace dos años se dio un tiroteo entre narcos, quiere que sus hijas estudien y salgan de esa comunidad donde también “es normal” que los hombres agredan a las mujeres después de consumir drogas o alcohol.

Esta joven de 30 años dice que no terminó ni la primaria. Apenas se casó empezó a tener hijos y cuenta que no trabaja porque en Sandy Bay Sirpi —después del mar— no hay ninguna otra fuente de empleo. “Aquí hay problemas con el dinero, el alcohol y a veces los jóvenes roban una cuchara en una casa para después consumir la droga”, afirma. Esa es la opción de vida para los que viven en las comunidades de la RACS.

Ahí la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) invierte 16.6 millones de dólares en dos proyectos educativos —CARS y Educación para el Éxito— que juntos pretenden insertar en la escuela a los niños en edad de asistir al preescolar, lograr que estos culminen los seis grados de primaria y una vez en secundaria, que no deserten y opten a una carrera técnica.

Alicia Slate, oficial de Educación de USAID, dice que las inversiones se hacen en el Caribe Sur porque —además de la pobreza— es ahí “donde hay mayores retos: hay mayor repitencia en primer grado, mayor cantidad de chavalos que entran a la escuela con extraedad (y) mayor abandono”.

Pero el objetivo no solo está en que el estudiante ingrese a la escuela. Sino en que, explica Slate, este conozca bien su entorno, reconozca lo bueno y lo malo y que aprenda a tomar decisiones acertadas.
Hoy al salir de su escuela en Sandy Bay Sirpi, Kerlin Peralta, de 7 años, corrió a la costa del Mar Caribe que está frente a su casa y dibujó una caricatura sobre la arena. Era una carita feliz que después borró con sus pies mientras se corría de un par de amigos con los que jugaba al pez congelado.

En su vecindario, Kerlin no tiene un parque donde ir a jugar después de hacer la tarea y en su casa de tambo —donde viven “apiñadas” seis personas— solo hay una banca, dos sillas y una mesa donde su mamá Minerva Watlar hace pan para comprar el arroz y los frijoles y asegurar el “merol” de gallopinto (arroz y frijoles revueltos) para la cena.

Esta noche, Kerlin se durmió escuchando las olas del mar sin imaginarse que por ahí llega la droga que atormenta a su comunidad. Ella solo sabe, que el próximo año también irá a la escuela para jugar y aprender en su nuevo Espacio para Crecer

Reportajes espacio ESTUDIANDO RACS archivo

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí