Querida Nicaragua: Me dio vergüenza ajena escuchar a estudiantes universitarios en la TV. Se hablaba de la autonomía universitaria que tantas luchas costó y se preguntó a varios estudiantes sobre lo que entendían por autonomía. Ninguno supo contestar, no tenían una definición sobre la autonomía universitaria. Muchos confundieron la autonomía con el seis por ciento del Presupuesto Nacional que reciben las universidades, otros creen que es una ayuda que pueda darles la universidad. Ninguno pudo contestar. Era obvio que no entendían lo que era autonomía.
Es una pena que la lucha de tantos años, desde mediados del siglo pasado, las palizas recibidas, el enorme trabajo del rector Mariano Fiallos Gil, de su secretario Carlos Tünnermann Bernheim y tantos otros, para que en 1958 el presidente Luis Somoza decretara por fin la autonomía de la universidad se halla desperdiciado tan lastimosamente. En 1965, era presidente de la República el doctor René Schick Gutiérrez, y fue entonces cuando el doctor Tünnermann Bernheim, a la sazón rector de la UNAN, se logró la reforma constitucional para elevar la autonomía a rango constitucional.
Recordamos que en 1979 se rompió la autonomía, cuando la Revolución nombró a un comandante como responsable de la universidad. El señor comandante Omar Cabezas jerárquicamente estaba por encima de los rectores y docentes del alma máter.
En ese momento para los efectos prácticos desapareció la autonomía universitaria. Inclusive alguien de los comandantes dijo que la autonomía ya no era necesaria, pues la dictadura había caído y ahora gobernaba una revolución liberadora. Si mal no recuerdo el rector de ese entonces era el doctor Mariano Fiallos Oyanguren, pero tenía encima la figura del comandante, del militar. Es decir, las armas por encima de las letras. Ahí murió la autonomía universitaria.
La consigna que los estudiantes habían usado para luchar por la autonomía fue descartada. Nadie dijo más “a la libertad por la universidad”, pues para ellos supuestamente había llegado la libertad y no había que luchar más por la autonomía que estaba muerta y sepultada.
Durante diez años, en los ochenta, no se habló más de autonomía. Fue hasta en el 89 cuando perdieron el poder los frentistas que se acordaron de la universidad y en lugar del uno y medio por ciento del presupuesto nacional neto, que recibía, sin las donaciones o ayudas que vinieran, le subieron al seis por ciento del presupuesto, más el seis por ciento de donaciones y ayudas que llegaran. Esto lo hicieron seguramente para tener, como en realidad tuvieron y tienen, un cuartel general del orteguismo en la UNAN.
Hoy no hay tal autonomía. Lo que hay es mucha influencia por parte del Gobierno, influencia que se pudo ver palpablemente cuando los agentes del ejecutivo visitaron a los votantes de la universidad para que no eligieran al científico profesor Salvador Montenegro Guillén, ya que este había expresado su criterio profesional sobre los daños que ocasionaría al lago Cocibolca el proyectado Canal Interoceánico.
Obviamente ahí no hay autonomía ni hay libertad de cátedra ni de pensamiento. Ahí nadie protesta por nada. Al parecer todo marcha bien en la UNAN. Hay estudiantes que no estudian sino que sirven en su momento como turbas agresivas o como directores cuando el Gobierno quiere protestar en las rotondas. Hay pruebas de esto con nombres y apellidos.
Viéndolo bien, estos pobres muchachos estudiantes no pueden definir la autonomía porque no la conocen y porque nunca la han vivido ni la han disfrutado. No se le puede pedir peras al olmo. Autonomía es el derecho que debe tener la universidad a gobernarse ella misma, a nombrar sus rectores y sus docentes, a escoger el pensum universitario en cada carrera, a poder protestar contra las injusticias, a no permitir que ningún partido político dicte ninguna consigna en la universidad. Eso, entre otras cosas es la autonomía universitaria que hemos perdido.
El autor es gerente de Radio Corporación. Excandidato a la Presidencia de la República en 2011.
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