El senador republicano estadounidense, John McCain, quien fuera candidato presidencial en 2008 y perdió ante Barack Obama, dice que a veces es muy difícil asumir la verdad. Pero en la democracia hay que asumirla, agregamos nosotros.
Con esas palabras, el senador McCain —quien estuvo prisionero en Vietnam de 1967 a 1973 y muchas veces fue torturado por sus carceleros— alude al informe del comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos, presidido por la senadora demócrata Dianne Fenstein, el cual ha confirmado que en la fase más cruda de la guerra contra el terrorismo, durante el gobierno republicano de George W. Bush, algunos prisioneros miembros de Al Qaeda o sospechosos de ser terroristas fueron torturados por oficiales de la Central de Inteligencia Americana (CIA).
Según se desprende del informe que fue presentado el martes en el Senado y transmitido por televisión a todo el país, alrededor de 120 terroristas o sospechosos de pertenecer a Al Qaeda fueron sometidos a diversas formas de torturas. Lo cual no lo niegan quienes estaban al mando del gobierno anterior, sino que lo justifican como una necesidad de la lucha contra el terrorismo.
Pero la verdad es que nada puede justificar la tortura y quienes la practican merecen ser castigados de acuerdo con la ley nacional y el derecho internacional.
Ahora bien, con el reconocimiento oficial de Estados Unidos de las torturas cometidas en la guerra contra el terrorismo, se ha demostrado —una vez más— la superioridad moral y política de la democracia en comparación con cualquier otro sistema de gobierno.
No es posible imaginar a los gobernantes de Corea del Norte, China, Cuba o Venezuela, para solo mencionar algunos casos, reconociendo ni investigando las denuncias de las torturas que se cometen en sus cárceles contra presos políticos y de conciencia, o simples prisioneros comunes. En la extinta Unión Soviética, las torturas que cometían los esbirros de la dictadura estalinista fueron reconocidas oficialmente solo hasta que lo exigieron las circunstancias de la lucha por el poder entre facciones del Partido Comunista. Y en otro país europeo que fue comunista, la antigua Alemania Oriental, hasta que se derrumbó el totalitarismo se pudo conocer oficialmente que la tortura era una práctica corriente en las mazmorras de la policía política llamada Stasi.
En Nicaragua, las torturas que se practicaban en las cárceles de la dictadura somocista eran del dominio público y desde antes de su derrocamiento se conocieron muchos detalles y nombres de las víctimas. Sin embargo, las torturas cometidas por los sicarios de la Dirección General de Seguridad del Estado (DGSE) y demás órganos represivos de la dictadura sandinista de los años ochenta, contra miles de prisioneros que tuvieron en su poder, fueron cubiertas por un denso y absoluto secreto.
En los últimos años, desde que Daniel Ortega recuperó el poder presidencial y comenzó a imponer su nueva dictadura, numerosas personas han denunciado ante los organismos de derechos humanos que han sido torturadas en las cárceles policiales. Pero las denuncias son negadas enfáticamente y ni siquiera son investigadas por las autoridades. Esto, como lo ha demostrado otra vez Estados Unidos, solo es posible donde funciona una verdadera democracia y el poder se subordina al derecho.
