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José Agustín Cedeño Romero

Desarrollo sostenible y realidad

Según el informe titulado “Nuestro futuro común” realizado en 1987, por la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo  (CMMAD), el desarrollo sostenible es el principal reto para la economía mundial a largo plazo. Un ideal que brinde un mayor equilibrio en el crecimiento económico, desarrollo social y la protección al medioambiente.

Actualmente, nuestra realidad está muy distante a este ideal.  Vivimos en un mundo que desarrolla razonamientos cuantitativos. El crecimiento económico —por ejemplo—, es una herramienta para progresar  en términos cuantitativos sin pensar en algún perjuicio o secuela hacia el medioambiente o la situación social de los individuos.

La gran mayoría de ciudadanos de este planeta tienen una visión consumista de llenar o abarrotar sus emociones, placeres o deseos con la adquisición de bienes y/o servicios. Esta visión es utilizada como medio de expresión social y de aspiraciones.

En numerosas situaciones ponemos a prueba la importancia y superioridad que tiene el término “cantidad” frente al de “calidad” en nosotros.

Por ejemplo, ¿en dónde dejamos el aspecto ambiental “cualitativo”, cuando acabamos con más de 7 mil hectáreas de bosques de Bosawas —en apenas cinco años—  solo con el objetivo de acrecentar el negocio maderero y la frontera agrícola local?

Por otra parte, tomamos en cuenta como “riqueza”, todo efecto producido por un desastre natural (huracán, terremoto) que suele cobrar centenares de víctimas y dejar daños a una gran escala. Si bien es cierto  esto permite crecer la economía vía la reconstrucción, reparación de daños y a su vez generar empleos, pero nos da una visión de lo pobre y enloquecido  que nos encontramos frente al dinero.

La consecuencia de alguna eventualidad contraproducente hacia nuestras vidas que aporte dinero es considerado una “dicha”. Nuestras acciones hacen pensar que los recursos de nuestro planeta son infinitos. Un pensamiento inverosímil que se arraiga del presente, de lo que tenemos hoy, sin preocuparnos en lo que nos faltara mañana. Nuestra sociedad es conformista, egoísta y achicada en pensamientos a largo plazo.

En los últimos 150 años hemos acabado con la mitad de las reservas mundiales de petróleo. ¿Qué ocurrirá en los próximos 50 años? Hasta la fecha no hemos sido capaces de aceptar y vaticinar un colapso en un mundo cuyos recursos son limitados. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), para el 2050, se espera una población superior a los 9 mil millones de habitantes. Una triplicación de la población mundial en tan solo 120 años (desde 1930). ¿Cómo esperamos que nuestro planeta pueda sostener tal crecimiento poblacional? Si hoy en día, nuestro comportamiento  ha dejado como resultado la extinción de cientos de especies de animales, abrumadora deforestación a una escala mundial y somos principal causa de los cambios climáticos a esa misma escala. ¿Qué sería de todo esto en 40 años con dos mil millones más de habitantes?

Las consecuencias ambientales actuales son desoladoras y apesadumbradas. Según el índice de huella ecológica —indicador de impacto ambiental generado por la demanda humana hacia los recurso al ecosistema—  realizado por la organización internacional Global Footprint Network (GFN), países desarrollados como Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos, necesitan 13 y 9 planetas Tierra respectivamente, para responder las necesidades de sus poblaciones correspondientes.

¿Hasta qué punto, seremos conscientes de lo que hacemos? ¿Hasta qué punto seguiremos siendo personas nefelibatas idealizando e idolatrando sociedades casi utópicas?  Seamos el cambio que queremos ver y vivir. Ese cambio socialmente equitativo, ecológicamente tolerable y económicamente eficiente,  está en nuestras acciones. El cambio comienza en uno mismo y no en la espera que otros inicien.
El autor es estudiante de sexto año del Liceo Franco Nicaragüense Víctor Hugo.

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