Nicaragua pasó por inocente al momento de aprobar, mediante ley 840, la concesión canalera a la corporación HKND, sin contar, previamente para el proyecto, con un estudio de factibilidad técnico, económico, financiero y ambiental, el cual, a la fecha, no está disponible; y más aún, me parece inaudito que se anuncie, para el próximo 22 de diciembre del año en curso, el inicio de la construcción de las obras, cuando todavía se desconocen la rentabilidad del proyecto, el origen de los fondos para la construcción y los intereses que se le aplicarán a los mismos.
Sin embargo, el megaproyecto del Canal, a un costo de cincuenta billones de dólares, solamente, podría ser rentable con intereses, para el financiamiento, inferiores al siete por ciento y con ingresos anuales brutos superiores al 15 por ciento de la inversión inicial; si partimos de los parámetros antes mencionados y sumamos el período de la construcción (10 años) y de la amortización del préstamo, los beneficios netos se verían medio siglo después a partir de la fecha.
Lo anterior me hace recordar que hace cien años la construcción del Canal de Panamá no era rentable, pero obedeció a intereses geopolíticos y militares de EE. UU., en cambio, hasta hoy representa ingresos sustantivos para el gobierno panameño. Igual podría ocurrir en Nicaragua, que el Canal sirva a intereses geopolíticos de China, necesarios para el futuro crecimiento económico de esa nación, pero nosotros veríamos los beneficios cien años más tarde, después de cuatro o cinco generaciones.
Por otra parte, HKND ha informado que el Canal seguirá por la Ruta 4, que se inicia en el Atlántico por el río Punta Gorda, cruza 105 kilómetros por el lago Cocibolca y luego se dirige al Pacífico sobre los ríos Las Lajas y Brito. Como la profundidad promedio del lago es menor de 14 metros, un Canal con treinta metros de profundidad representaría una excavación de aproximadamente 400 millones de metros cúbicos. Y, aunque no se requieran explosivos, la remoción de estos materiales provocaría una excesiva turbidez en el agua, que significaría: un irreparable y negativo impacto ambiental en el ecosistema del lago. Con esta alternativa el Cocibolca quedaría inhabilitado para otros usos, que serían, posiblemente, más ventajosos y prioritarios para Nicaragua.
El Canal, si se construye, no debería cruzar por el lago, porque este, en primer lugar, debería destinarse para consumo humano de las futuras generaciones y, en segundo lugar, utilizarlo para desarrollar el riego, alrededor de los lagos y las planicies del Pacífico, por debajo de la cota de cien metros sobre el nivel del mar. Según Ineter, el lago produce un caudal promedio multianual de 250 m3/seg., con los cuales podría abastecerse de agua potable, la demanda del año 2210, a una tasa de crecimiento poblacional del 1.5 por ciento anual. Y, en tanto no alcancemos dicha demanda, los excedentes podrían destinarse para regar hasta 700 mil hectáreas y/o, a la venta de agua, cuando y en cuanto lo demandasen otros países.
Cabe señalar que, en un periodo de cuarenta años, nuestras cuencas hídricas han reducido su producción de agua a un cincuenta por ciento y, para revertir ese proceso, debemos iniciar una campaña, sostenida en el tiempo, de reforestación intensiva de dichas cuencas, cuya foresta, a la fecha, ha sido devastada inmisericordemente.
El futuro de Nicaragua no descansa en los dudosos beneficios del Canal Interoceánico, sino en la utilización optimizada, en consumo humano, riego, hidroelectricidad, navegación, etc., de los recursos hídricos de nuestros lagos, acuíferos subterráneos y ríos que discurren, sin uso ni beneficio, hacia los océanos.
EL AUTOR ES INGENIERO CIVIL E HIDRÁULICO
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