No importa cuán simbólico sea el hecho de que el hombre fue formado por Dios con el polvo de la tierra y que Él le infundiera el aliento de vida con un soplo, pues lo que tiene significado es la voluntad del Señor de crearlo a su imagen y semejanza, ya que esto unifica el cuerpo y el espíritu; haciendo al cuerpo el templo mismo de esa espiritualidad.
Esa naturaleza singular de cuerpo y alma eleva la vida humana a los niveles que la Divina Providencia procura para su completa perfección. De ahí que ningún ser humano tiene derecho a despreciar la vida corporal. Por el contrario, la vida humana debe honrarse en cuanto es el núcleo universal único donde converge el mundo espiritual y material.
Y es en esa ascendencia a nuestro perfeccionamiento donde cabe la humildad y la simpleza de espíritu. Partiendo de ese lugar podemos hacer libremente preguntas llanas a nuestro Señor: ¿Cuándo los nicaragüenses viviremos de manera independiente y podremos seleccionar y elegir a nuestros líderes? ¿Cuándo nuestros dirigentes gobernarán con sabiduría, alejados de la malignidad, la fuerza bruta, la crueldad y apartados de inclinaciones delincuenciales? etc.
Es aquí donde la guía de nuestros prelados ilumina nuestro acercamiento al reino del Padre, complementando nuestra cooperación en ese sentido y ayudándonos a preservar la dignidad de actuar por nosotros mismos en nuestro afán de alcanzar el plan del Creador. Ese propósito de elevarnos a niveles superiores en cuanto a nuestra humanidad se refiere.
Yo me inclino a pensar que la obra pastoral nos corresponde a todos los humanos, ya que nosotros somos el plan de Dios y el instrumento mismo para crecer en Él. Por eso nos dio inteligencia y la capacidad de moldear la armonía necesaria en toda comunidad para ascender en su nombre. Tenemos la palabra, el alma, el poder de participar en la Providencia de Dios y con ello la responsabilidad de someter y dominar la tierra en su nombre para el bien de la humanidad. Por ello es que la responsabilidad es mayor en los hombres y mujeres de vocación religiosa, ya que a través de ellos el Creador intensifica su labor de completar su tarea.
Por eso también tenemos el derecho de demandar de nuestros religiosos de manera directamente proporcional a su jerarquía. Ninguno es príncipe, sino dueño de mayores responsabilidades en la tarea de la libertad. Ellos son siervos destinados a superior cooperación con la tarea de mantenernos ligados a la gracia de Dios; ayudándonos, guiándonos a no separarnos de la fe en el Señor y en tomar la delantera en los esfuerzos de combatir la calamidad de las fuerzas del mal, la desventura del pecado, el dolor de la represión estatal y demás.
El mensaje de Cristo nuestro Señor es de puro amor y de rechazo a las fuerzas del mal. En el nacimiento de Jesús que celebramos en Navidad es donde debemos reflexionar que de todo perjuicio debe resultar un bien mayor. El infinito poder de la humanidad de Cristo es lo que debemos emular los humanos en nuestra lucha decidida contra la ignominia.
Este es el mejor tiempo para pensar en Dios y en nuestro plan para —junto con los prelados de la Iglesia— hacer evidente, directa y sonora, en el 2015, nuestra tarea de erradicar el dominio maligno del Estado en Nicaragua, ya que este contradice la misión del pueblo y la voluntad de Dios.
El autor es economista y escritor.
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