Recientemente me reuní con un amigo para analizar lo que el año nuevo traerá para Nicaragua. Surgió el tema de Venezuela por la ayuda que de ella recibimos, y mi interlocutor comentó que la economía venezolana se encontraba en “cuidados intensivos”. Tuve que discrepar con su apreciación ya que la figura de cuidados intensivos implica que el paciente —en este caso la economía venezolana— estaba enfermo de gravedad pero sometido a un tratamiento que podría salvarlo. Y eso obviamente no está ocurriendo en Venezuela. Concluí describiendo a Venezuela como agonizante y que eso auguraba mal para los flujos que Nicaragua recibiría en el futuro de Caracas.
Las semillas de la hecatombe por la que está pasando Venezuela remonta al 1999, año en que el Coronel Hugo Chávez Frías fue electo democráticamente presidente y comenzó a promulgar un nacionalismo beligerante combinado con políticas económicas populistas y ribetes de guerra de clases; el agrandamiento del papel del gobierno en la economía; y la búsqueda de la unidad de Latinoamérica alrededor de una agenda antinorteamericana. En los años de las vacas gordas —en 2008 el precio del petróleo coqueteó con el precio de US$$150 por barril— Hugo Chávez usó el oro negro para incorporar aliados en lo que llamó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América o ALBA.
Con el pasar del tiempo, Chávez bautizó a su política socioeconómica como el socialismo del siglo XXI y proyectó la influencia de Venezuela hacia países de la cuenca del Caribe distribuyendo 200,000 barriles por día (bpd) de petróleo entre ellos. Algunos países, como República Dominicana, aceptaron la ayuda petrolera pero mantuvieron una distancia prudente de la agenda internacional de Chávez. Otros, como Cuba y Nicaragua, recibieron la ayuda y también se integraron a la alianza más amplia que el presidente Chávez les ofreció.
Cuando Hugo Chávez falleció en marzo de 2013, la Venezuela que le heredó a su “ungido”, Nicolás Maduro ya estaba en aprietos. El socialismo del siglo XXI había fracasado. Aunque el precio del petróleo seguía por los US$$100 por barril, el pobre manejo de la economía estaba resultando en una creciente inflación, una caída en la producción y exportación del petróleo y la capacidad nacional de refinar el oro negro nacionalmente. La política de nacionalismo a la ultranza y guerra de clases estaba dividiendo la familia venezolana. Maduro ganó democráticamente las elecciones de abril 2013, pero por un margen de tan sólo 1.5 por ciento.
El año pasado fue desastroso socioeconómicamente para Venezuela. Aunque Caracas tiene años de no proveer cifras oficiales, se estima que su PIB sufrió una contracción de tres por ciento en 2014 y que la inflación surgió a 65 por ciento. El llamado “bolívar fuerte”, cotizado a la tasa de 6.3 por cada dólar oficialmente, alcanzó una tasa de 176 por dólar en el mercado negro. Desabastecimiento (incluyendo de papas fritas de McDonalds), colas, racionamiento y moras en el pago de deudas para con suplidores internacionales fueron comunes. En reconocimiento de esta situación, en 2014 Venezuela encabezó la lista del índice de miseria mundial, calculada tomando en cuenta factores como inflación y desempleo.
En el campo social, las noticias fueron igual de malas. La seguridad ciudadana colapsó. Se estima que hubo 25,000 homicidios en Venezuela en 2014, dejándola en segundo lugar en el índice de homicidios, sólo por detrás de Honduras. Esta cifra se traduce en un promedio de 68 asesinatos por día.
De cara a esta agobiante situación, la oposición se volcó a las calles para protestar el descalabro nacional. La reacción de Maduro fue acusar a los manifestantes de ser agentes del imperialismo y del capital salvaje y encarcelar a personas como Leopoldo López, líder de la oposición.
2015 se perfila como peor que el 2014. Según el Fondo Monetario, su economía se contraerá en un 7 por ciento. Esto se debe a su mal manejo y al bajón del precio mundial del petróleo, el sostén de la economía venezolana. El Fondo también advierte que esto afectará los programas de Petrocaribe. Según estimaciones del Banco Mundial, Venezuela tendrá déficit en su cuenta corriente a partir de 2015. Esto es insólito para un país con la riqueza petrolera de Venezuela. Y su reducción en reservas ha dado lugar a temores que no podrá pagar su deuda externa. Por eso las tres agencias de calificación crediticia del mundo le han dado sus ratings más bajo a bonos venezolanos, ¡y con perspectivas a bajar más!
La respuesta de Maduro ha sido más de lo mismo. Atribuye el colapso a un intento de desestabilizar su régimen por parte del “imperialismo”. Y en lugar de enfrentar las distorsiones que enfrenta su economía y que estimulan la corrupción —como el precio ridículamente bajo de cinco centavos estadounidenses por galón de gasolina— Maduro le ofrece al pueblo más proyectos que nunca se realizarán y crea más entes gubernamentales, viceministerios y comisiones. Maduro no se ha dado cuenta que el gobierno es el problema en Venezuela, no la solución. ¡No aterriza!
Maduro acaba de concluir un periplo por la China y varios países del Medio Oriente. En Beijing buscó plata a cambio de hipotecar más de su futura producción petrolera. En los otros países, ver como revertir el bajón en el precio del petróleo. En Qatar tocó fondo al ofrecerle al emir que Venezuela, el campeón latinoamericano del desabastecimiento, podría exportarle alimentos. ¿Imagínese que puede haber pensado el emir? El resultado de la gira fueron promesas y sonrisas diplomáticas. Nada más.
Venezuela, repito, agoniza. La aprobación de Maduro anda por debajo del 25 por ciento y el suelo del socialismo del siglo XXI tiembla como nunca. Y los mayores enemigos de Maduro no están en Washington. Se encuentran en las filas del propio chavismo que lo ven como un pasivo, una ficha quemada.
El autor fue Canciller y es un economista.
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