Los seres humanos estamos expuestos a diversas enfermedades que pueden sorprendernos en cualquier etapa de nuestra vida, algunas de origen genético o hereditario, y otras que adquirimos debido a los estilos de vida y condiciones en que nos desarrollamos.
Cuando se va a ser padres, la pareja, principalmente la madre, se prepara psicológicamente al proceso del embarazo, parto, puerperio y los cuidados durante la niñez, donde también se ve directa e indirectamente involucrada la familia y la sociedad en su conjunto.
Como profesional de la salud he visto a madres llorar junto a sus hijos cuando se aplican las primeras vacunas, cuando son intervenidos quirúrgicamente, etc. El dolor y la separación es compartida, pero también he visto llorar por emoción cuando dan sus primeros pasos, empiezan a hablar o se destacan por sus genialidades, convirtiéndose en fuente de alegría para quienes los ven crecer. Pero ninguna persona está preparada jamás para escuchar que su hijo o hija a tan corta edad, o cualquier otro miembro de la familia, tiene una enfermedad que amenaza su vida; tal es el caso del cáncer, enfermedad que afecta tanto a mayores como a menores, de cualquier sexo y condición socioeconómica.
En Nicaragua el cáncer infantil ha ido en aumento. Cada año se diagnostican entre 260 y 270 nuevos casos, siendo la leucemia el tipo de cáncer más común en los niños y niñas. Esta enfermedad afecta la sangre y los órganos que la producen, como la médula ósea, parte central de los huesos donde se forman las células sanguíneas. Los pacientes que padecen leucemia producen grandes cantidades de glóbulos blancos anormales en la médula ósea.
En general, los glóbulos blancos combaten las infecciones, pero cuando una persona tiene leucemia, éstos no funcionan como deberían. En lugar de proteger, se multiplican descontroladamente, invaden la médula ósea y dificultan la formación de glóbulos blancos normales, capaces de cumplir su función.
Otras células sanguíneas, como los glóbulos rojos, encargados de transportar el oxígeno de la sangre hacia los tejidos del cuerpo, y las plaquetas, que permiten que la sangre coagule, también se ven afectadas por el exceso de células anormales. Estas células malignas pueden trasladarse hacia otras partes del cuerpo, incluido el flujo sanguíneo, hígado, bazo y los ganglios linfáticos.
Para que niños y niñas tengan la posibilidad de recibir un diagnóstico oportuno y sean derivados correctamente a centros especializados, es importante detectar la aparición de los primeros signos o síntomas, muchos de estos se asemejan a los de enfermedades comunes o molestias frecuentes, pasando desapercibidos por los padres. Por lo tanto vigilar de manera adecuada la salud de los pequeños es crucial sobre todo en una época en que las madres “modernas” van sustituyendo la buena alimentación por comidas chatarras, lo que hace más vulnerable a un niño o niña para hacer frente a las enfermedades en esta etapa de su vida.
En la actualidad parte de la población no se hace a la idea de que un menor pueda sufrir de cáncer. La lucha por reducir las tasas de incidencia de esta enfermedad y la esperanza de sobrevida en pacientes diagnosticados, inspira a médicos e investigadores a saber más acerca del cáncer, descubrir maneras exitosas de combatirlo, mejores tratamientos para eliminar células malignas, para que las células sanas vuelvan a tomar el control. Una vez que esto ocurre los niños comienzan a sentirse mejor, igual sus familiares, personal médico y todas las personas involucradas en su atención.
No hay que esperar pasar por este amargo proceso, debemos tomar conciencia que el cáncer infantil es una realidad latente, acudir a tiempo al médico ante cualquier signo o síntoma es lo más indicado para asegurar la salud y vida de la fuente de alegría y motivación más importante en nuestras familias.
La autora es responsable de salud sexual reproductiva de PROFAMILIA.
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