La mayoría de los países menos desarrollados tienen antecedentes comunes de colonialismo, interferencias políticas que propiciaron el establecimiento de dictaduras de larga data y problemas públicos de salubridad con enfermedades crónicas que afectan parte importante de la población como el caso de la malaria y el Sida.
Reformas estructurales poco efectivas, siguiendo recomendaciones de tecnócratas alejados de la realidad, que en su mayoría no tuvieron oportunidad de ejercer funciones empresariales y una enorme deuda externa que además de financiar corrupción y elefantes blancos, generaba normalmente más pérdidas de los ingresos que dejaba para los países.
En algunas naciones, el rol de la mujer y su derecho mismo al trabajo, la educación y una atención de salud adecuada se encuentra limitado por creencias religiosas.
Los factores indicados configuran el ideal de una “tormenta perfecta”; no obstante dentro de las mismas regiones geográficas algunos países guiados por estadistas y empresarios con enfoques más estratégicos y visión de desarrollo de nación lograron salir adelante.
Veamos algunas características que pudieron haber influido y podrían mostrar parte del camino a seguir:
1. En general un mayor control social para llamar la atención sobre cosas que no están funcionando bien o no se estén manejando adecuadamente. Esto requiere trabajar fuertemente la formación de valores de honestidad, puntualidad, trabajo en equipo y responsabilidad por resultados desde el mismo sistema educativo.
2. Mayor autoexigencia, tanto a nivel de empresas públicas como privadas; enfocados en la mejora continua, un mayor sentido de urgencia por los tiempos de respuesta/atención, manejo estratégico de la comunicación y una supervisión cercana, orientada no solamente a pedir cuentas; pero también a apoyar y a mantener alta la satisfacción de los clientes internos y externos.
3. El “generador mínimo vital” detrás de los cambios indicados está en la propia autoevaluación de las instituciones que componen el sistema educativo, dejando de mirarse el ombligo bajo las típicas excusas de la autonomía universitaria o del sindicato de maestros; y empezando a compararse con estándares internacionales de calidad, buscando formar profesores y programas de estudio que respondan a una realidad más empresarial y tecnológica como es la del siglo XXI.
Necesitamos acercar la escuela y la academia a una realidad más empresarial y enfocarnos menos en conceptos de escasa o nula aplicación. El epitafio anticipado podría leerse como: “cambiar o morir”.
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