Decidí iniciar esta columna con este tema, porque una de las situaciones que más tristeza me produce es el comprobar cómo millones de millones de personas (inclusive cristianos fervorosos) pasan por este mundo sin experimentar nunca un encuentro personal con Jesucristo. Su religiosidad es solamente teórica, algo que les inculcaron desde niño y que Dios afianzó por la fe, pero que nunca experimentaron a un Cristo vivo y actuante en sus existencias. Así transcurren sus vidas, sin experimentar nunca esta vivencia fundamental.
Para mí es incomprensible cómo pueden proclamar amar a Dios sin haberse encontrado con él en forma experimentable, y solo lo atribuyo a una gracia especial recibida. Es como que alguien me diga que se enamoró por correspondencia de su mujer sin haberla visto nunca. Creo que la religiosidad de las personas debería consistir más que en un cúmulo de creencias doctrinales en una experiencia. Para todos ellos, van estas líneas, para que se dejen tocar por Jesús, porque creo que la tibieza de muchos cristianos se deriva de que no han tenido ese encuentro. Y es que se puede saber mucho sobre el amor, haber leído muchos libros sobre ello, pero mientras no te hayas realmente enamorado de alguien, no conoces nada del amor.
Por eso no he dejado de decirle a todo el que haya querido oírme, que Dios está vivo y que quiere relacionarse íntimamente con él. Recuerdo que así lo hice con un amigo muy querido que me preguntó qué debía hacer para tener su propio encuentro. Le respondí (lo que les digo hoy a ustedes): déjense bautizar por el Espíritu Santo y ¡pídanselo pídanselo!
Así lo hizo mi amigo, y una noche orando en su cuarto de hotel en Bluefields, ciudad donde estaba trabajando, una vez más se lo volvió a pedir, al Señor e inmediatamente sintió la presencia sobrecogedora de Dios. Se postró en tierra y comenzó a llorar de gozo. Así lo encontré el día siguiente, postrado, llorando de emoción y agradecimiento porque había experimentado por primera vez la ternura de Dios Padre y que todos sus pecados habían sido realmente perdonados, convirtiéndose poco a poco (hasta su muerte no hace mucho), en el santo que todos sus amigos llegamos a admirar.
Querido lector, esta experiencia es también para vos y está al alcance de tus manos. Abríte al Señor, entregale toda tu vida, abandonate humildemente en Él, que es la disposición adecuada y una actitud ideal para los que desean que el Señor los toque, los sane, los salve.
Escuchá lo que al respecto, literalmente y ahorita te está diciendo el papa Francisco en su última Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos”.
(En esta columna que espero escribir cada semana nunca les contaré mis propias experiencias para que nadie me confunda con lo que definitivamente no soy: ni sabio ni mucho menos santo).
EL AUTOR ES COORDINADOR DE LA CIUDAD DE DIOS
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