Cervezas. Estarán a lo largo y ancho de una vida de modesta gloria deportiva, endeudada con las estadísticas que se le auguraban y alejada de la historia que se esperaba escribiera, sobre la base de un extraordinario potencial deportivo que nunca logró explotar.
El periodista deportivo Edgard Rodríguez Centeno se tomó con disciplina y desde hace años la búsqueda sobre el destino del pelotero David Green Casaya, “quizá el jugador de mejor instrumental físico producido por nuestro país en su historia”, quien se quedó a vivir en Estados Unidos tras haber arribado allá en enero de 1979, para comenzar los entrenamientos de una carrera deportiva que lo llevarían a las Grandes Ligas en septiembre de 1981, en medio de espectaculares expectativas de la prensa especializada y de los directivos de los Cardenales de San Luis, quienes lo llegaron a comparar con Roberto Clemente, el patrón por el que se mide a todas las generaciones de jugadores latinoamericanos en el Big Show.
Plasmada en las 192 páginas de su libro David Green: un enigma descifrado , la historia del pelotero de Managua pero de origen costeño narra las vicisitudes y los dolores de un hombre que recibió de la naturaleza el instrumental necesario para brillar en las Grandes Ligas, pero que entre cervezas y malas experiencias, no alcanzó las metas que el mundo deportivo colocó sobre sus hombros.
David Green Casaya nació en Managua el 4 de diciembre de 1960, en el seno de una familia numerosa y de estirpe deportiva.
A los 12 años comenzó como cargabates del equipo de beisbol de Primera División de la Universidad Centroamericana (UCA).
Aunque en sus inicios quería ser un futbolista como Pelé, el astro brasileño, pudo más la influencia de su padre, Eduardo Green, un talentoso jugador de beisbol apodado “La Gacela Negra”, para que el pequeño David iniciara un destino brillante en el deporte de las bolas y los strikes.
A los 18 años, con 6.4 pies de altura y 175 libras, fue firmado por los Cerveceros de Milwaukee en 1978, tras brillar a nivel nacional con los equipos de la UCA y Búfalos del Bóer y a nivel internacional con la Selección Nacional.
Concluyó el bachillerato y en enero de 1979 estaba con las maletas en el aeropuerto rumbo a Estados Unidos, donde aprendería a hablar inglés y los secretos del mejor beisbol del planeta.
Ahí comenzó la dura vida: su padre murió el 13 de septiembre de 1980, mientras él estaba allá luchando por un puesto en la gran carpa, que en un momento le pareció lejano, sobre todo el 12 de diciembre de 1980, cuando fue cambiado a los Cardenales de San Luis junto con Dave LaPoint, Sixto Lezcano y Larry Sorensen por Rollie Fingers, Ted Simmons y Pete Vuckovich.
Fue un cambio de una gran magnitud en su época y él, ajeno a la prensa, no tuvo tiempo de digerirlo y se sintió menospreciado, pues había escuchado que cuando a un jugador lo transferían debería comenzar de cero.
Estaba lejos de la razón y ahí, con otro uniforme, comenzó a escribir sus primeras páginas en el libro de las Grandes Ligas, un escenario al que solo 13 nicaragüenses, incluyéndolo, han logrado llegar.
Debutó en las Ligas Mayores el 4 de septiembre de 1981. “Al momento de su debut fue el jugador más joven de las Ligas Mayores y se pensó que tendría un historial digno de una superestrella, pero se quedó corto”, dice Rodríguez.
De acuerdo con reportes de scouteo, plasmados en el libro, Green era un jugador de cinco herramientas: tenía buen tacto para chocar la bola, poder para hacerla viajar largo, velocidad para desplazarse por el terreno de juego, buen brazo para detener y atrapar corredores y una buena defensa.
¿Qué pasó en su vida? Junto con el potencial deportivo venía el gusto por la cerveza, la parranda y una ausencia que fue vital para desperdiciar su talento: la muerte de su padre (su papá fue lo mejor que le pasó en la vida, le confesó a Rodríguez).
Edgard Rodríguez, al igual que miles de nicaragüenses aficionados al beisbol, considerado el deporte rey de Nicaragua por la mayoría de la prensa deportiva, se afanó en búsqueda de Green para responder a esa pregunta sobre qué pasó con el talentoso atleta nicaragüense que llevaba años fuera de los reflectores mediáticos.
Y así fue que lo encontró y tras mucha resistencia, David Green finamente se abrió para contar su vida a Rodríguez.
Contrario a lo que quizás muchos esperaban, Green no estaba arrepentido de no haber volado tan alto como lo pensaban quienes depositaron en él esas expectativas de grandeza.
“No me siento endeudado con nadie, es decir, no le debo nada a nadie y tampoco nadie me debe nada a mí. Yo llegué a la Grandes Ligas porque Dios me dio un talento y yo me esforcé para pulirlo. Nadie llega a las Grandes Ligas sin trabajar duro”, respondió Green a Rodríguez.
El balance final de su carrera, para muchos especialistas deportivos, fue menor en comparación con su talento natural, pero Green piensa que hizo lo correcto y no se arrepiente de ello: “Yo llegué a la meta, al nivel máximo, que son las Ligas Mayores. No sé cuántos han quedado en el camino. Incluso mi papá lo intentó y no pudo. Ahora, yo llegué, pero eso no me hace tener ventajas sobre ellos”.
Durante su carrera y posterior a ella, Green presentó muchas dificultades: perdió a su padre, se casó y se divorció luego de diez años, tuvo una hija y pasó algún tiempo sin verla.
Se volvió a casar, pero no tuvo más hijos. Tuvo problemas con la justicia por un pleito en un bar y luego en un accidente de tránsito, producto de su afición a la bebida, afición que aún mantiene al menos en sus pláticas.
“David ha sobrevivido estoicamente en su transición hacia la nada”, dice Rodríguez, quien asegura que al ubicar finalmente a Green, encontró a un ser humano que pese a su caparazón para mantenerse ajeno a las críticas, se parece más al tipo que le habían descrito sus excompañeros de equipo, así como sus mánagers: un tipo tranquilo, con facilidad para las relaciones con la gente, sencillo y sin alardes, que sonrió mucho y también lloró.
Cuando Rodríguez le preguntó qué lecciones le había dejado la vida hasta ahora, Green respondió: “Que uno debe mantener la concentración en lo que desea para su vida, que va a haber distracciones, pero que debes mantener el enfoque. Hay gente que me dice, no hiciste esto o aquello, pero algo hice y ese algo me costó trabajo. Nadie te regala nada”.
Green se retiró de las Grandes Ligas el 4 de octubre de 1987.
Se quedó viviendo en San Luis, Missouri, Estados Unidos, donde recibe una pensión como exbeisbolista de Grandes Ligas y complementa sus ingresos entrenando equipos de niños y jóvenes de la ciudad.
Quiere regresar a Nicaragua a “morir aquí” y crear una escuela de talentos deportivos en la costa Caribe y firmar a los mejores para el mejor beisbol del mundo.
LA VIDA DE GREEN
David Green jugó en las Grandes Ligas casi por seis temporadas, entre 1981 y 1987.
Actuó en 489 juegos y se retiró con promedio de bateo de 268 puntos.
Es uno de los 13 nicaragüenses que ha jugado en las Grandes Ligas y el único que ha ganado una serie mundial.
Nació y se crió en la Colonia Managua.
Comenzó como cargabates en el equipo de Primera División de la UCA, con un salario que nunca conoció porque se lo entregaban a su padre, quien le regalaba un refresco y un pan dulce mientras el dinero iba para la manutención del hogar.
Sobrevivió a un secuestro del M-19 en 1978 durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Medellín, Colombia.
De acuerdo con la prensa deportiva de Estados Unidos, Green pudo ser superior a Darryl Strawberry y otras estrellas rutilantes de las Grandes Ligas.
Ver en la versión impresa las paginas: 14 ,15