Cientos de habitantes de Katmandú iniciaron ayer un éxodo tras el violento terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter. Familias enteras se agolpaban en buses, algunas personas viajaban en el techo de los atestados vehículos. Muchos habitantes también emprendieron el viaje para llegar a sus pueblos natales y determinar la magnitud del desastre allí.
Alojamiento, combustible, alimentos, medicinas, electricidad, noticias, socorristas: todo escaseaba el lunes en la capital de Nepal. En el campo la situación era aún peor, aunque el nivel de gravedad recién comienza a hacerse aparente. Los sobrevivientes del terremoto se abalanzaban sobre las tiendas de alimentos y gasolineras por temor a las penurias.
Udav Prashad Timalsina, el máximo funcionario del distrito de Gorkha, cerca del epicentro del sismo, dijo que necesitaban ayuda desesperadamente.
La amenaza de enfermedades se cernía sobre las decenas de miles de habitantes que han perdido sus viviendas y acampan en parques. Ahora mismo, es importante prevenir otro desastre tomando las precauciones adecuadas contra las epidemias, dijo a la prensa el portavoz del ejército, Arun Neupane.
En el barrio de Balaju, Dayaram Mohat se enfrentó al dolor de perder a su hija. Ella era todo para mí. No hizo nada malo, ella no tendría que haber muerto, dijo el padre de la adolescente de 14 años, quien fue sacada de los escombros por la policía utilizando una grúa, martillos e incluso cavando con las manos. Necesitamos más equipamiento para poder detectar sonidos y localizar a supervivientes, dijo el coronel Naresh Subba.
El terremoto también desató un alud en el Everest, donde se confirmaron 18 muertes. Allí se encontraban al menos ochocientas personas, incluidos muchos extranjeros, según las estimaciones de responsables locales. Ayer, los helicópteros lograron rescatar a montañeros que se encontraban varados, después de una primera operación para evacuar los heridos.
MIEDO Y CONFUSIÓN
Miles de personas que perdieron sus hogares pasaron la noche del domingo en el exterior, en tiendas de campaña. El suelo todavía tiembla de vez en cuando y muchos no han pegado ojo en toda la noche, mientras trataban de protegerse de la fuerte lluvia bajo unos plásticos.
Envueltos en mantas de plástico, muchos habitantes de Katmandú estaban desesperados por conseguir ayuda e información. No sabemos qué va a pasar con nosotros ni el tiempo que vamos a pasar aquí, lamenta Bijai Sreshth, un padre de tres que se refugió con su familia en un parque, mientras intentaba escuchar por la radio un mensaje del Gobierno.
El portavoz del ministerio nepalí de Interior, Laxmi Prasad Dhakal, avisó que el país necesita helicópteros para las operaciones de socorro en las zonas rurales, así como agua potable y víveres para los supervivientes.
Los hospitales están desbordados y los médicos, movilizados las 24 horas, trabajan en condiciones muy precarias. Los depósitos de cadáveres están saturados. Los socorristas nepalíes reciben de a poco el refuerzo de cientos de activistas humanitarios llegados de países como China, India o Estados Unidos.
Naciones como Colombia, México y Uruguay han indicado que encontraron sanos a los connacionales en Nepal.
4,310
muertos se registran por el terremoto en Nepal, lo que convierte al sismo en el más mortífero de los últimos ochenta años. En India y China murieron noventa personas. Además 7,500 resultaron heridas.
La reconstrucción
5,000 millones de dólares podrían costar los esfuerzos de construcción en Nepal. Esta cantidad representa el veinte por ciento del PIB del país, según los cálculos de Rajiv Biswas, economista jefe de la zona de Asia y el Pacífico de la consultora Asia IHS.
Nepal es uno de los países más pobres del mundo ahogado en un proceso de transición política tras el fin de la Monarquía en 2008. Los 28 millones de habitantes han sido testigos en la última década de la firma de un acuerdo de paz entre la insurgencia maoísta y el Estado, una Constitución interina, cinco Gobiernos, la elección de dos Asambleas Constituyentes y la abolición de la monarquía.
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