Murillo en campaña
Al que no le guste la sopa, dos platos. El mensaje de la semana es “si se quejaban de Daniel Ortega ya verán de a cómo les toca con doña Rosario Murillo”. La verdad, uno no sabe si la candidatura de la señora va en serio, es una broma, o solo la están usando de careadora, para meter miedo, y que al final, cuando el Consejo Supremo Electoral imponga de nuevo a Ortega como presidente, digamos resignados: “¡Uf! Pudo ser peor”.
Protestas electorales
Un día oí al magistrado electoral José Luis Villavicencio descalificar a quienes reclaman elecciones sin fraude fuera del edificio del Consejo Supremo Electoral. Dijo Villavicencio que estos muchachos eran pagados y que llegaban por ratitos. En primer lugar, muy mal queda un funcionario metiéndose a pelear con los ciudadanos que en el uso de sus derechos llegan a reclamarles por su gestión. Y en segundo, que eso de que ellos son los pobres y que quienes los adversan son “los capitalistas”, “los pagados por la CIA” está muy gastado y suena hasta ridículo en boca de gente que se da vida de sultán. En todo caso, magistrado Villavicencio, siento más respeto por esos “capitalistas” malcomidos, que llegan a pie o en bus y se mantienen ahí, expuestos al sol y la violencia, demandando elecciones libres, que por aquellos que ganan miles de dólares, se construyen mansiones en la playa y están desde oficinas con aire acondicionado, protegidos por la Policía, robándose las elecciones.
Ilusos
Aquellos que no ven muy peligroso que el Estado controle internet en Nicaragua porque “de todos modos las empresas proveedoras ya controlan la red” se les olvidan dos cosas: una, que si las empresas violan nuestros derechos al menos se supone que tenemos el Estado para castigarlos, pero si es el Estado el que viola, y más un Estado como el que tenemos donde no hay poderes independientes, solo nos queda lo que ellos llaman “el derecho al berrinche”. ¿A dónde van a ir a reclamar estos analistas cuando sea Ortega quien se meta al Whatsapp o Facebook a espiar sus comunicaciones personales? Y dos, y sin ánimo por supuesto de justificar invasión alguna a la privacidad, hay una enorme diferencia en el tipo de uso que le daría el Estado y que el que podrían darles las empresas. No hay que ser tan ilusos.
Amigos de la Policía
Alguien me reclamaba una vez que yo “solo volándole mejengue a la Policía” vivía, que le tenía “tema” a la institución. No hombre, le dije, al contrario, la Policía es una institución que yo estimo mucho y que considero muy necesaria en el país. ¿Te acordás de aquella asociación llamada Amigos de la Policía?, le digo. Pues yo soy más amigo de la Policía que muchos de aquellos que solo elogios tienen y dejan de ver sus errores. Amigo es el que te dice cuando vas mal, para que corrijás el rumbo. Si la Policía tiene que buscar a sus enemigos, no debe hacerlo entre quienes le critican, sino más bien entre aquellos que la han corrompido y desnaturalizado. No nos equivoquemos: amigo es el misionero que aconseja a la prostituta y le da alternativas para dejar esa vida y no el chulo que le soba la cabeza mientras se aprovecha de ella.
Autodestrucción
Es que de un tiempo para acá pareciese que la Policía de Nicaragua está en un proceso deliberado de demolición de su propia imagen. Una actitud autodestructiva. Comenzó con la inicialmente tímida y luego descarada aparición de símbolos partidarios en sus filas, prosiguió con la prolongación del mandato de su jefa, comisionada Aminta Granera, a contrapelo de la Ley, y ahora estamos en una faceta que puede ser letal: la Policía recaudatoria. La que extorsiona al ciudadano y negocia alivios económicos.
Confesión de parte
No es casualidad que ahora mismo motorizados y taxistas le reclamen a la Policía en sonadas protestas que “les está quitando la comida de la boca” a sus familias. Y tampoco es casualidad que, por otro lado, los transportistas hayan negociado con la Policía, como si de un cártel mafioso se tratara, que les deje de multar para compensar el dinero que no perciben al quitarles el subsidio al combustible. ¿De qué demonios estamos hablando entonces? ¿Hablamos de multas con intención profiláctica, para evitar accidentes y regular la circulación o de pura extorsión con propósitos recaudatorios? ¿No es acaso esta negociación con los transportistas una confesión de que lo importante es el dinero?
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