La antigua Concertación de Partidos por el No, concentración de izquierda y los DC doblegó en un plebiscito (56 por ciento) a Pinochet en 1988 y luego “venció” en las presidenciales de diciembre 1989: 55 por ciento para Patricio Aylwin (DC).
Hubo pugnas internas en el abanderamiento de Aylwin. Se llamó a este período Transición a la Democracia; en el fondo, era jugar un 2° tiempo donde la dictadura era el entretiempo más un árbitro preguntándose, ¿y bien, continuamos?
A Dios gracias, Aylwin se percató que no eran necesarios cuatro años para una efectiva democracia y giró de timón jugando a los acuerdos sobre la estructura política y económica dejada por Pinochet.
Le sucedió Eduardo Frei (DC), de abolengo también, ingeniero civil y Chile creció sobre la misma herencia.
El Nuevo Socialismo se implementó, el muro de Berlín cayó y justificó su injerencia en lo económico; eran nuevos tiempos aunque, ¿qué pasó con “el nuevo hombre” de los sesenta anunciado por la izquierda, alguien sabe?
La izquierda chilena debía tiempo para madurar una programada gestión de gobierno. No es lo mismo gobernar de abajo y organizar manifestaciones de pedradas que gobernar para logros sociales.
Los inversionistas tenían lo que nunca les desvela, claras reglas. No les interesa la política salvo cuando vomitan las reglas claras, ni tampoco la superación social, salvo negocio.
Hoy existe una variante evolutiva al neo-liberalismo, la globalización, que ha abierto mercados con el poder adquisitivo de ciudadanos por su emprendimiento incontenible, impulsando más que gobiernos y empresarios que como siempre, bien preparados y visión clara, siempre se benefician.
No es lo mismo verla venir que platicar con ella; le pasó a Frei al término de su mandato cuando su mal manejo económico lo ocultó en la crisis asiática. ¿Se acuerdan de ella? Nadie se acuerda, solo los pobres chilenos.
Llegó el momento de la izquierda “renovada”, año 2000; ya no iban a ser malos los emprendedores y emancipados; muy ágiles se subieron al carro de las nuevas economías. Llegó Ricardo Lagos, hombre de izquierda dura, buena oratoria, buena dicción que con solo mirar solucionaría problemas; un 4 x 4; después de todo, siempre se dice, tenemos al empresariado a quien echarle el muerto por si fallan los acuerdos (Lobby en inglés, con boquitas y espumante, ya no dicen champagne) lo que bien administran políticos.
Ricardo Lagos ejerció seis años y también sucedieron malabares en su gestión. El caso Gate es uno de ellos. Gate resultó una empresa que desviaba fondos públicos a campañas políticas. La Contraloría detectó que había pagado sobresueldos a funcionarios del MOP comprometiendo al ministro. La Corte Suprema investigó e involucró personas relacionadas con el presidente Lagos, como Matías de la Fuente, sobrino de la Primera Dama. En 2005, la Corte de Apelaciones estableció prescritos los delitos.
Aun por lo anterior, Lagos es recordado por implementar el Tran-Santiago, un costosísimo proyecto, aún inviable y no eficiente sistema de transporte de Santiago.
Chile necesitaba una presidenta, no podía quedarse rezagada ante los tiempos con oleada de mujeres gobernantes. 2006, llegó Michelle Bachelet, su primer período, persona soportada por la Concertación, formó su gabinete privilegiando igualdad de géneros.
Los estudiantes como siempre marcharon en su ejercicio perpetuo, “cansados” de propagandas políticas, promesas que el gobierno sabe no realizables. Indudablemente, eran apoyo para las medidas sociales y radicales no proyectadas desde 1990. Lagos, socialmente, había involucionado.
Se continúa con la odisea de reflotar el Tran-Santiago, más que práctico un proyecto de políticos. Se necesita mucho, pero mucho dinero por decisiones no técnicas.
A los estudiantes se les pasó la mano, el Tran-Santiago siguió ahogándose; muchas opiniones; hubo cambio de gabinete: ministro del interior, de educación y de economía a cuatro meses de su presidencia. Lagos cayó al 12 por ciento. La delincuencia aumentó y temas sensibles de los pueblos originarios se agudizaron.
La centro derecha avanzaba. 2010, Sebastián Piñera triunfa por el quiebre de la Concertación que ofreció dos candidatos, la misma receta con que la derecha perdió en 1989. Piñera, elimina el voto obligatorio que da a Michelle Bachelet 2014, una nueva victoria bajo la Nueva Mayoría (la Concertación) y arrasa con la oposición.
El pasado 11 de mayo ha habido nuevamente cambio de gabinete. Caen los ministros políticos del interior, secretarías general de gobierno y de la república y lo que no había ocurrido, el ministro de hacienda.
Razones, ganó con el 62 por ciento y quiso pasar la aplanadora y poco menos refundar Chile. Los trasnochados y ególatras de siempre que la apoyan, atropellaron con proyectos de reforma educativa, tributaria y constitucional.
El país se resistió, su popularidad cayó al 31 por ciento y el rechazo alcanza un 61 por ciento; muchas burlas en redes sociales.
Nuevas empresas financiando transversalmente campañas políticas, incluyendo su anterior gabinete, han aflorado en investigaciones. Más encima, acciones por uso de información privilegiada por su hijo y nuera en beneficio de ventas de tierras, le perjudicaron y llevaron a una depresión política-social y económica al país, con pérdida de valores y credibilidad. Con este cambio de gabinete, más que efectivo, es al momento una señal que fuesen, ojalá, los últimos estertores de aquellos años sesenta y setenta.
El autor es ingeniero.
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