No fue fácil para Eduardo Montealegre decidir abstenerse de participar en las próximas elecciones si no hay garantías de un proceso electoral honrado. En las elecciones presidenciales pasadas el PLI enfrentó el mismo dilema y decidió participar. Entonces fue lo correcto. No hacerlo hubiese despejado el camino para que Alemán y su PLC se alzaran como la segunda fuerza política del país y para que Ortega pudiese ganar las elecciones sin necesidad de fraude, legitimando así su mandato.
Aunque Ortega ganó, en medio de irregularidades que le permitieron subir su cuota para dominar totalmente la Asamblea, los resultados simplificaron el panorama político nicaragüense. Alemán (PLC) obtuvo un ridículo 5.91 por ciento de los votos y solo dos diputados. El PLI, en cambio, con todo y las mañas adversas, obtuvo un 31 por ciento de votos para su candidato Fabio Gadea y 27 diputados. Esto lo dejó como la principal fuerza opositora y ratificó el rechazo que sentía gran parte del pueblo al colaboracionismo de Alemán.
Ahora las circunstancias son pues distintas. Si el PLI participa de nuevo, sin que se hayan producido cambios significativos en el viciado sistema electoral, asumiría el triste papel de partido zancudo y contribuiría a legitimar la victoria del orteguismo; más cuando la gente está cansada, como declaró Eduardo, de ir a votar pero no a elegir.
Se trata, empero, de una decisión difícil. Con seguridad el PLC aprovecharía la abstención y se lanzaría a la búsqueda de sobras. Pero dado su desprestigio y escaso apoyo popular, jamás sería percibido como oposición; más bien ratificaría su estatus de colaborador zancudo y no prestaría legitimidad al orteguismo. En dicho panorama sería difícil que supere los escasos votos que obtuvo en el 2011 a menos, claro está, que el Consejo Supremo Electoral le regale unos miles. Esto último es una hipótesis probable, pues a los Ortega-Murillo no les convendría una victoria con un ochenta o más por ciento habiéndose abstenido el PLI. Tampoco les conviene poner de nuevo en evidencia la casi total falta de apoyo popular del partido zancudo.
El posible nuevo escenario, de un orteguismo triunfante con una oposición artificial y zancuda, nos volvería parcialmente a la dinámica política de tiempos de Somoza. La oposición legítima estaría en las calles, fuera de los cauces institucionales o de la farándula electorera. El PLI y junto con el los partidos de oposición que se abstengan, sufrirán mucho: perderán la posibilidad de ofrecer puestos y algunas prebendas a sus seguidores y el atractivo o publicidad que produce tener diputados y alcaldías. Pero ganará algo que en política es decisivo a largo plazo: peso moral y legitimidad opositora.
Somoza y sus aliados tenían muchos puntos a su favor: prosperidad económica, apoyo internacional y fuerza política y militar. Pero erosionaron sus perspectivas a largo plazo al descuidar su legitimidad y manifestar su voluntad de prolongar indefinidamente su hegemonía. La oposición no formal, en gran parte el FSLN, la militancia de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, UDEL y otras fuerzas, tenían muchos puntos en contra, pero galvanizaron el creciente descontento popular por el prestigio moral que les proporcionaba su actitud combativa y sus sacrificios.
Claro está que nadie quiere reeditar los dolores y sobresaltos de la historia. Ojalá la campaña por reformar y hacer confiable el sistema electoral de resultados. Quizás el orteguismo comprenda que tiene mucho que ganar si consigue victorias electorales limpias y transparentes. Pero si esto no ocurre, la alternativa digna, y hasta pragmáticamente aconsejable, es que los verdaderos opositores exploren otros caminos y se abstengan de avalar la farsa.
El autor es sociólogo y fue ministro de educación.
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