Me asombró oír las palabras del ya ido padre jesuita Santiago Anitua, allá en los noventa, en una misa celebrando el Día del Maestro: “Aquí hay maestros con vocación, pero también con Bocación”. Inmediatamente explicó los términos. El primero correspondía a quienes sienten un genuino llamado a enseñar.
El segundo a quienes solo buscan pan para la boca. Yo, entonces ministro de Educación, quedé perplejo. En su día los maestros solo reciben elogios; son abnegados, apóstoles, formadores, antorchas, etc. ¿Cómo es que ahora, en un sermón y en sus caras, este sacerdote se atreviera a decir tamaña afirmación? Pero no podía tomársele a la ligera, pues además de tener una excepcional preparación, el padre parecía tener un radar u olfato secreto que siempre lo hacía acertar en sus juicios sobre las personas.
Con el tiempo y la experiencia me di cuenta que su comentario tenía más verdad de la que uno quería admitir. Al lado de maestros verdaderamente abnegados, deseosos de enseñar y superarse, hay muchos, demasiados, que están allí por razones menos nobles: porque no pudieron acceder a otra carrera, por ganarse unos pesos, o por oportunismo; porque es fácil descansar en la mediocridad sin consecuencias, ya que los aumentos no dependen para nada del desempeño sino de los años de servicio.
La crisis de los ochenta, en que se masificó la matrícula a la vez que caían estrepitosamente los salarios, empeoró el problema al producir una fuga espectacular de maestros que se llevó a muchos de los mejores. Estos fueron reemplazados por candidatos sin título, con insuficiente vocación y suficientemente acorralados como para aceptar los peores salarios. Ninguno de los gobiernos posteriores, ni los “neo-liberales” ni el sandinista han podido revertir esta situación. La triste realidad es que actualmente Nicaragua tiene un magisterio extremadamente débil. Son minoría los maestros buenos, aquellos con vocación o deseos de enseñar bien.
La consecuencia es trágica, pues nada influye más en la calidad de la educación que la calidad de los maestros. ¿Cómo podríamos solucionar este problema? No hay repuesta fácil. Unos recetan subir salarios. Lógico. Pagar mejor es indispensable si se quiere reclutar, motivar y preservar maestros competentes. Pero he aquí la gran frustración: experiencia tras experiencia ha demostrado que pueden duplicarse los salarios magisteriales sin que aumente en un por ciento la calidad de la enseñanza.
¿Por qué? Una razón es que los maestros nunca son evaluados y que su remuneración no depende para nada de lo bien o mal que enseñen. Así, el maestro sin vocación, pero con Bocación, estará feliz ganando más, pero evitará sudar más por enseñar mejor. Otros recetan más y mejores capacitaciones. Pero de nuevo la sorpresa: técnicos que han evaluado en Nicaragua su impacto no han podido detectar que mejoren la enseñanza. Igual de sorprendente es que hoy día los maestros graduados de las normales arrastran casi las mismas deficiencias de los empíricos. La razón es otra vez la misma. Verter recursos en maestros con solo Bocación es echarlos en saco roto.
No hay duda que hay que exprimir como sea el Presupuesto de la República a fin de subir los salarios magisteriales. Los actuales no atraen a los mejores. Pero esto deberá ir acompañado de una gradual y difícil depuración de nuestro magisterio; diseñando evaluaciones en diálogo con sus sindicatos y creando incentivos salariales para quienes mejoren su desempeño. Lo contrario será cosechar más de lo mismo a un costo más alto.
El autor es sociólogo y fue ministro de educación.
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