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Ante la desnudez de la poesía

En un mini-ensayo que publiqué hace más de una década, estableciendo un paralelo entre la vida y la obra de Francisco de Asís Fernández (Granada, Nicaragua, 1945) y Jorge Eduardo Arellano Sandino, señalé la asombrosa capacidad de ambos (surgidos en la década de 1960) para renovarse continuamente.

En un mini-ensayo que publiqué hace más de una década, estableciendo un paralelo entre la vida y la obra de Francisco de Asís Fernández (Granada, Nicaragua, 1945) y Jorge Eduardo Arellano Sandino, señalé la asombrosa capacidad de ambos (surgidos en la década de 1960) para renovarse continuamente.

Reconstruyéndose, Fernández ha enriquecido la poesía nicaragüense con un torrente de imágenes (dignas de Garcilaso de la Vega) que dan vida a ideas y sentimientos. Lejos quedó el exteriorismo, que marcó (a veces con tinta indeleble) a toda una generación.

Ha sido característica de las últimas promociones de poetas nicaragüenses el rompimiento con el pasado (la interrupción del continuum); no han adoptado como mentores a los poetas de la generación del sesenta. Esto tiene su lado bueno y su lado malo. Pero por esa capacidad de transformarse constantemente y transformar las cosas que lo rodean (convertirlo todo en poesía), Fernández es el maestro natural de las voces jóvenes.

EL MUNDO COMO UNA MINA LLENA DE POESÍA

Su poemario Luna Mojada (Temblor del cielo, México, D.F., 2015) abunda en imágenes que dan significación universal a sentimientos por todos compartidos. Y esta habilidad para hacer trascendente lo cotidiano es lo que distingue a un poeta espontáneo (que transcribe sus sentimientos al desnudo) de un poeta-poeta (un creador).

El poema de amor que inicia el libro: “¿Cómo eran las auroras al principio del mundo?”, se remonta de forma imprevista al arte prehistórico para desembocar en el cosmos:

“¿De qué color era el rubor cuando descubrimos el fuego / y pintamos las cuevas de Altamira, / cuando inventamos el alcaraván, las manchas del tigre, / las palomas mensajeras y las virtudes del mar, / cuando pusimos a Orión y la estrella Boreal en el cielo / y dividimos el mundo con una línea imaginaria?”

La materia física del poeta también se hace poesía (“Hay una gotera infame en el techo de mi cabeza”) y su alma es habitada por cenzontles, gorriones, colibríes, jilgueros, serpientes y tigres de Bengala.

Su mundo particular se torna “…un río que entra en la selva donde los lagartos silenciosos se comen la noche”; y el amor que comparte con su Sarah-poeta (Gloria Gabuardi) es el universo mismo: “Quiénes no conocen la palma de tu mano no conocen el mundo”.

EL TERRUÑO EN TODAS LAS LUNAS

Y debajo de tantos mundos, siempre Nicaragua (“Y más Nicaragua después de la guerra / Y más Nicaragua después de la paz”) y Darío (“…dormía en una cama de alabastro y estrellas surgidas del mar”), el “paisano inevitable” que Fernández reconcilió con sus contemporáneos.

Figura central del macrocosmo poético del autor es “El ermitaño” sin alma gemela, visto por el prologuista Juan Carlos Abril (Jaén, 1974) como la voz del libro. En las tentaciones que resiste el ermitaño, trabajando con las estrellas (“…el pelo de la mujer tenía el color de las nueces maduras / y cuando caía sobre su espalda cambiaba a un color brillante y dorado”), percibimos los aromas del jardín de rosas de Saadi, evocado desde una caravana en medio del desierto.

EL EDÉN Y DESPUÉS…

Tiendo a coincidir con Jorge Eduardo Arellano en que el gran siglo de la poesía nicaragüense llega hasta Cardenal (¿serán realmente todos los que siguen poetas menores?). Pero así como entre Sor Juana Inés de la Cruz (última exponente del Siglo de Oro) y Darío (impulsor de un nuevo esplendor) hubo cumbres aisladas (Bécquer, Gertrudis Gómez de Avellaneda), Nicaragua sigue produciendo voces que se proyectan hacia el futuro.

Chichí (como lo llaman sus amigos) es actualmente la principal de esas voces; un taller viviente de orfebrería poética para los que siguen su camino antes de tomar nuevos rumbos: Santiago Molina, un esteta (como Julio Cabrales); Marta Leonor González, quien pinta poemas untándose tierra y sangre en las manos y sosteniendo las brochas con sus dientes. Podríamos mencionar otros nombres, visualizar otros rostros, repetir otras voces.

RENOVADO

Luna Mojada es mucho más que un eslabón en el proceso de renovación inagotable de Fernández: cada poema individual abre nuevas puertas a través de las cuales se dan la mano, subiendo y bajando montañas escarpadas, el Diluvio Universal, el Misterio de la Santísima Trinidad, la Inquisición española y el Apartheid. Pero sobre todo el poeta y todas sus bendiciones que continúa contando para enriquecimiento de sus lectores.

Boletin Cultura Francisco de Asís Fernández Nicaragua archivo

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