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Ant-Man

La popularidad de las películas de Marvel acarrea un intenso escrutinio sobre la gestación de los proyectos. Es también una genial estrategia de mercadeo, creando anticipación sobre filmes que tomarán meses —o años— en ver la luz. El drama detrás de cámaras suele ser más interesante que la película.

La popularidad de las películas de Marvel acarrea un intenso escrutinio sobre la gestación de los proyectos. Es también una genial estrategia de mercadeo, creando anticipación sobre filmes que tomarán meses —o años— en ver la luz. El drama detrás de cámaras suele ser más interesante que la película. En el caso de Ant-Man, el director Edgar Wright abandonó el proyecto apenas días antes de iniciar el rodaje. Y es una lástima. Wright posee un refinado sentido para la sátira, evidente en comedias como Shaun of the Dead (2004); así como un infeccioso gusto por la cultura pop, abonado con filmes de culto como Scott Pilgrim vs. the World (2010). En su lugar, entró Peyton Reed, veterano de la comedia en cine y Wright conserva crédito por producción ejecutiva, historia y guion de Ant-Man; aunque nunca sabremos cuánto sobrevive de su visión original. Pero esa es una incógnita únicamente pertinente para sus fanáticos. El público general descubrirá en Ant-Man una de las películas más ligeras y atípicas del universo Marvel. Es como Guardianes de la Galaxia , pero con más sinceridad y menos ironía.

Scott Lang (Paul Rudd) es un ladrón de cajas fuertes con complejo de justiciero. Al salir de la cárcel jura abandonar las actividades ilegales para recuperar el derecho de ver a su hija Cassie (Abby Ryder Forston). Eso no dura mucho. El récord de convicto le cuesta su empleo en una heladería. La desconfianza de su exesposa (Judy Greer) y su segundo esposo, un policía (Bobby Cannavale), lo empujan a aceptar la oferta de dinero fácil propuesta por Luis (Michael Peña), su compañero de celda. A pesar de la ineptitud de la pandilla, Scott logra entrar en la casa del científico Hank Pym (Michael Douglas). Lo único de valor que guarda el veterano de Industrias Stark es un extraño traje de superhéroe. Scott no resiste la tentación de ponérselo y se sorprende al verse reducido al tamaño de una hormiga.

La trama es una “historia de origen” bastante básica. Es casi una película para niños, en el sentido más estricto de la palabra. La distingue cierta ligereza de tono, que va a contrapelo de otras entradas en el universo Marvel, prácticamente inflamadas por un sentido de autoimportancia. Rudd es como Robert Downey Jr., pero sin la soberbia. Aunque tenemos a un hombre en el centro de la acción, la película tiene una inusual preocupación por dramatizar la lucha de las mujeres para ganar territorio en un mundo controlado por hombres. El principal eje dramático tiene que ver con la paternidad de Scott, pero no puede competir con el conflicto entre Pym y su hija, Hope (Evangeline Lilly), tratando de ganarse la confianza de un padre remoto e inaccesible. La catarsis más poderosa viene de la relación entre ellos dos. El director Peyton Reed es bueno para establecer ritmo, pero se queda corto en las secuencias de acción. Curiosamente, en una película donde el protagonista se reduce al tamaño de una hormiga, el mejor despliegue de efectos especiales es cosmético. La película arranca con un prólogo escenificado en los ochenta. Douglas es “rejuvenecido” digitalmente. El efecto es muy persuasivo, a años luz de la tecnología que convirtió a Ian McKellen y Patrick Stewart en muñecos de cera de Madame Tussaud para un flashback en X-Men . Y lo mejor de todo es Michael Peña, trascendiendo el papel de soporte cómico. Que alguien le dé el rol protagónico en una comedia ¡y pronto! O pónganlo en todas las películas de Marvel. Solo pueden mejorar.

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