La directora de esa ONG estaba al borde de las lágrimas. La frustración provenía de que los profesionales a su cargo, aunque realizaban su trabajo técnico en campo de una manera aceptable, fallaban olímpicamente al redactar los hallazgos encontrados, las acciones para mejorar; pero al elaborar los reportes de visitas a las comunidades, era aquello —en todo el sentido de la palabra— una labor de arqueología, tratando de descifrar jeroglíficos.
Allí era donde empezaba —decía ella— su verdadera tortura, en revisar, rehacer, volver a redactar minuciosamente todos aquellos “reportes” que más parecían apuntes de párvulos, de alumnos de kínder; un garabatero en donde no solamente se evidenciaban faltas de ortografía tragi-cómicas, sino que una redacción cuasi-chistosa, siendo a veces más bien como una colección de trazos extraídos del cuaderno de un loco.
El problema, según lo expresaba, no solamente era la multiplicación del tiempo muerto, los reprocesos, la pena ajena, la grave pérdida de imagen de la representación local, sino también la virtual paralización de la producción de informes que iban destinados al otro lado del Atlántico, en donde estaban los directores de la ONG global. Allí ellos evaluaban el resultado del trabajo enviado desde Nicaragua, comparativamente con otros países y regiones. Ya había recibido amonestaciones por este tipo de “horrores ortográficos” o por la redacción, de indudable factura cantinflesca.
La situación no solamente se daba por un superficial descuido personal. Poniéndola en contexto, la formación básica de los estudiantes en Nicaragua, y sobre todo aquellos que provienen de las escuelas menos afortunadas, deja mucho que desear. Además, el advenimiento de la comunicación vía chat, había degradado aún más la capacidad de expresión de aquellos técnicos, haciéndola no solamente impresentable, sino que a veces, ciertamente ridícula: “Los besinos de la comunidad kerían k se les considerara como elejibles balidos para ser incluidos en la inisiatiba”, fue una oración de colección que ella me mostró con la voz ya entrecortada ante la inminencia de un sollozo.
“¿Cómo es posible?”, me decía. “Si esto parece hecho por un sub-normal, aunque si usted ve, el trabajo técnico es competente”, lo afirmaba casi que reclamándome por su infortunio. “A veces les pido que revisen bien lo que van a enviar, y he llegado a dudar de mi memoria, si es que me escucharon o es que me ignoraron olímpicamente”, continuaba.
Un viejo amigo académico compartía recientemente una frase de colección extractada de sus actividades de voluntariado, en la cual uno de los participantes resumió: “Comía como bestia, dormía sobre una vieja humilde, este era San Fransisco de Acís”.
El párrafo transcrito, en su forma original, decía: “Comía como vestía, dormía sobre una vieja y humilde estera, San Francisco de Asís”.
La buena noticia —aunque parezcan casos frontera— es que estos problemas se pueden y se deben solucionar con una formación adecuada. No se trata de una cura milagrosa, sino de educación consistente.
Es importante corregir esa situación y hay múltiples opciones para lograrlo, entre ellas el curso de Redacción Empresarial que ofrecemos en Cambio Cultural; el mes próximo, el 5 de agosto.
Este tipo de capacitaciones le dotará con las competencias necesarias para realizar su trabajo con mayor efectividad, posibilitando no solamente un mayor nivel de calificación de sus colaboradores, sino que además de una proyección institucional positiva, una mejor imagen personal, que le permitirá al fin, ser considerado elegible para ascensos y promociones en su organización.
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