Tengo la esperanza de que hayan miembros del Ejército y la Policía, de todos los rangos, que lean estas letras. Y que lo hagan con mente abierta, ejerciendo su sagrado derecho a reflexionar, a tener pensamiento propio, esa primera barrera protectora de nuestra autoestima y dignidad. Me movió a escribirlas la honda preocupación que experimento cada vez que pienso en las posibles, catastróficas, consecuencias de la involución que sin sombra de duda han venido sufriendo ambas instituciones, Ejército y Policía. Preocupación que no es gratuita, nuestra historia lo demuestra claramente.
Los guardianes de la dinastía es el título de un libro que en 1979 publicó Richard Millet, académico norteamericano. La dinastía de la que se ocupó, sobra decirlo, es la de los Somoza, por 45 años dueños y señores de Nicaragua; sus guardianes, la Guardia Nacional. Queda correctamente descrita la Guardia como una organización que, concebida originalmente como un Ejército Nacional, prontamente fue transformada en un cuerpo armado que operaba con la mentalidad propia de los ejércitos de ocupación, para los cuales los nativos —en este caso los nicaragüenses ordinarios, los “pinches civiles” en su despectivo argot— son seres de segunda categoría, a la vez que potenciales enemigos de quienes cuidarse.
La otra característica notable de la transformación impuesta a la Guardia consistió en que la defensa de la soberanía nacional quedó convertida en una mera justificación teórica de su existencia y privilegios. Da vergüenza, tal vez no tan ajena, recordar que, en la única ocasión que tuvieron de protegerla, cuando el Ejército hondureño en mayo de 1957 atacó el nicaragüense puesto fronterizo de Mokorón, su guarnición, como un solo hombre, puso pies en polvorosa.
Así pues, apartando las funciones policiales, la tarea fundamental que a lo largo de casi toda su existencia cumplió la Guardia, su real razón de ser, fue la de combatir, a sangre y fuego, a quienes se atrevieran a intentar arrancar de su trono a la dinastía. Ya sea porque anhelaran crear una Nicaragua mejor, próspera, decente, y en libertad; ya fuera acicateados por rencores y envidiando poder y riquezas. De manera que no es ninguna exageración sostener que, como institución, la Guardia prestamente se constituyó en una casta militar privilegiada, un genuino ejército de ocupación cuya misión esencial, la fuente de sus prerrogativas, fue la defensa a ultranza del poder que usurpaba una voraz, despótica, dinastía. Misión en cuyo fracasado cumplimiento encontró su fin, no sin que antes corrieran ríos de sangre, y se acumularan ruinas materiales y humanas. El precio del suicidio; auxiliado, pero suicidio al fin.
Es lamentable que la misma pavorosa transformación que en su momento afectó a la Guardia haya venido echando raíces en el Ejército y la Policía Nacional. Creo que ninguna necesidad hay de entrar en excesivos detalles para justificar esta afirmación. Todo el que quiere verlos, los ve; casi a diario. En ambos cuerpos puede uno percibir la penetración de ese perverso sentimiento de pertenecer a una casta superior; de ser miembro de un grupo que está en libertad de recurrir a los medios que sea para someter a quienes, perteneciendo a la “derecha pro imperialista”, rechacen que se entronice una nueva dinastía, la dinastía Ortega-Murillo. A cuyo servicio demasiados altos mandos parecen estar. Y Nicaragua lo que necesita es un Ejército y una Policía sometidos a leyes de la República que respondan al bien común; y que estén conducidos por jefes —no amos— que cumplan y hagan cumplir esas leyes. Jefes que no se atrevan a dar órdenes arbitrarias que las violenten. Y que entiendan que nadie está obligado a obedecerles cuando pretendan irrespetarlas, junto con los derechos y libertades que ellas custodian. ¡Ninguna nueva dinastía y nuevos guardianes necesitamos! Su inadmisible surgimiento debe ser detenido y revertido; responsabilidad es esta que compete a todo nicaragüense que se respete a sí mismo, y a su Patria. Empezando por los miembros de ambas instituciones, sus más altos mandos a la cabeza
El autor es presidente del partido de acción ciudadana
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