Abrumado por la pérdida dolorosa e irreparable de un ser muy querido, me había abstenido de participar con mi modesta opinión del público debate que, como bastión de la libertad de expresión realiza cotidianamente el diario LA PRENSA, en aras de orientar a la ciudadanía y al servicio siempre de los supremos intereses del pueblo nicaragüense.
Desde hace algún tiempo he venido sosteniendo que la tal revolución que se inauguró en julio de 1979, no fue más que la estafa del siglo, cuando un grupo de aventureros bajo la bandera rojinegra del FSLN, asaltaron el poder y se posesionaron de todos los bienes de los somocistas y de los no somocistas, y lo que es peor, conculcaron todos los derechos del pueblo que había luchado heroicamente respaldándolos con la esperanza de alcanzar su libertad. Ahora se han convertido en el cáncer que corroe las entrañas de la República, al que hay que extirpar, sea por la vía del voto o como lo demanden las circunstancias.
No voy a repetir lo que nacional e internacionalmente todo el mundo sabe, por los últimos acontecimientos acaecidos en nuestro país, que el régimen orteguista se ha quitado la máscara y se ha mostrado torturando, encarcelando y matando, como lo que realmente es: el déspota tradicional, corrupto, intolerante y codicioso, que no le importa terminar de ahogar a la República con tal de conservar los privilegios que a costa de mañosos fraudes electorales y otras truculencias él y sus secuaces del FSLN han logrado acumular tanto dentro como fuera de nuestras fronteras patrias.
Las últimas represiones contra los partidos políticos: PLI, PLC y otros, los crímenes horrendos como el de la joven Katherine Ramírez y dos niños de su familia, las vejaciones de las que han sido víctimas los que en legítima defensa de sus tierras, luchan denodadamente por conservarlas, en contra de la voracidad de los chinos canaleros y sus asociados Ortega-Murillo, vienen a demostrar palmariamente que en Nicaragua el Estado de Derecho ha muerto y que lo que impera es el cesarismo de un tirano, aupado por bandas armadas conocidas como Ejército y Policía. Definitivamente, en pleno siglo XXI y en el corazón de las Américas (continente de la libertad) esto no puede ni debe seguir pasando.
En consecuencia, mientras nos llega la hora de estar con los opositores al régimen orteguista, que será más temprano que tarde, me permito hacerles las siguientes sugerencias:
Primero: buscar a toda costa como unir a la oposición sin discriminaciones de ninguna clase más que por su naturaleza ideológica.
Segundo: protestar en las calles hasta que se reforme la Ley Electoral y se cambie a los actuales magistrados del Consejo Supremo Electoral (CSE), por otros más dignos de confianza, que funcionen con imparcial honestidad antes, durante y después del proceso electoral.
Tercero: demandar nacional e internacionalmente por “elecciones libres y honestas en Nicaragua en el 2016”. Deberá permitirse la presencia y participación de observadores nacionales y extranjeros durante todo el proceso.
Cuarto: dirigir carta a todos y cada uno de los jefes de estados democráticos en las Américas, Europa y el mundo, explicando lo más breve posible los fraudes electorales que han ocurrido en el país desde el 2007. Hay que mover las cancillerías, muchas de las cuales critican en privado al régimen orteguista, pero públicamente lo reconocen y hasta le dan ayuda.
Es obvio que la salvaje brutalidad con que está actuando la policía pretoriana del dúo Ortega-Murillo en contra de la población civil no es más que el reflejo del miedo que tienen de que el pueblo se aglutine y se decida a acabar con esta situación que está ya resultando intolerable para la gran mayoría de nicaragüenses. Para los que ansiosos de alguna justificación, por su maquiavélica e interesada colaboración con este gobierno inconstitucional, pues decían que el señor Ortega y sus corifeos habían cambiado, ahora tienen abundantes pruebas de todo lo contrario. “Gallina que come huevos aunque le quemen el pico”, dice nuestro pueblo y es verdad.
El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).
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