El pasado 30 de julio se cumplieron 125 años de la publicación de Azul. El nombre de Azul no presagiaba el alcance renovador de su contenido. Su autor, Rubén Darío, apenas un joven de 21 años, llegó a Valparaíso, Chile, proveniente de Nicaragua lleno de sueños y un infinito deseo de expresarse en un lenguaje nuevo.
Decía mi padre (Guillermo Areas Rojas) que Azul reflejaba una enorme influencia francesa parnasiana, contraria al romanticismo de Víctor Hugo. Rubén aprovecha el estilo de los escritores franceses y la aplica al español en la forma de usar adjetivos, ritmo, musicalidad en el verso y una nueva aristocracia verbal.
Rubén escoge el nombre de Azul, pues como el mismo lo explicara “el azul era para mí el color del ensueño, el color del arte, un color helénico y homérico, color oceánico y firmamental…”, el azul era para Darío un color de pureza celeste que simbolizaba el ideal de una poesía bella, brillante y sin defectos. Por eso Rubén concentra en ese color “la floración espiritual” de su “primavera artística”.
También me explicaba mi padre que en Azul, Rubén pinta acuarelas, paisajes, naturalezas muertas como si fuera un pintor con su paleta, sin pluma en la mano y refiriéndose a Azul, dice Rubén que son “ensayos de color y dibujos que no tenían antecedentes en nuestra prosa”.
De Azul Rubén dijo que “con todos sus defectos” era uno de sus preferidos. “Es una obra que contienen la flor de mi juventud, que exterioriza la íntima poesía de las primeras ilusiones y que está impregnada de amor al arte y amor al amor”.
Con Azul se inició un movimiento literario en América hispana y que pasando el gran charco llega a España. Así nace el Modernismo, que rompe con las cadenas que estrangulaban el idioma y crea nuevas formas de expresión, añadiendo color, música y nuevos ritmos y así alcanzar objetivos nunca vistos de esplendor y excelencia.
Luego vino Prosas Profanas en 1896, donde Rubén crea un nuevo mundo literario, lleno de seres mitológicos, marquesas y princesas, como la princesa triste y pálida de la Sonatina, presa en su silla de oro, aburrida de la vida y suspirando en su jardín de rosas y pavos reales por el príncipe que le encendiera “los labios con su beso de amor”. En la Sonatina, Rubén introduce un ritmo especial. Es una música de palabras que produce un efecto que tiene algo de magia sonora y sensual.
Decía Areas Rojas que Darío, de los poetas de lengua española, fue el que usó el repertorio métrico más rico y variado. 36 clases de versos, 12 tipos de estrofas en 136 modalidades distintas, incluyendo el verso libre.
El Modernismo llegó a su clímax con Cantos de Vida y Esperanza, publicados en Madrid en 1905. Ya encontramos en Rubén a un poeta más profundo y sereno que se aleja de ninfas, hadas y centauros para preocuparse por su América como en el poema dedicado A Roosevelt, donde defiende los valores hispánicos frente a la expansión de los Estados Unidos de América o metafísico al preguntarse: “Y no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos” o lleno de tristeza: “Juventud divino tesoro, ya te vas para no volver…”.
Para mí, Rubén es mi Cyrano de Bergerac, aquel por el cual exprimimos las uvas de Champaña para beber por Francia en un cristal de España.
Espero que este aniversario nuestro Gobierno se haya acordado de Rubén.
En memoria de Rubén y de mi padre Guillermo Areas Rojas.
El autor es abogado.