La semana pasada se realizó en Cancún, México, la primera conferencia de los Estados que son parte del Tratado de Comercio de Armas, el cual fue aprobado por las Naciones Unidas en abril de 2013.
Nicaragua no participó en la reunión de Cancún, porque igual que los gobiernos de los otros países del continente latinoamericano que pertenecen al grupo Alba (Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia), el régimen de Daniel Ortega no aprobó dicho Tratado .
Uno de los grupos no gubernamentales que promovieron el Tratado de Comercio de Armas, Amnistía Internacional, explica que su importancia radica en que “es el primero que establece una relación entre las reglas de comercio (de armas) y la normativa internacional de derechos humanos, por lo que supone un hito histórico”.
Oxfan Internacional, otra de las organizaciones humanitarias que promovieron dicho Tratado, informa que “millones de personas sufren cada día las consecuencias directas e indirectas del comercio de armas irresponsable y sin regular. (…) Miles de personas mueren, muchas resultan heridas o son víctimas de abusos, y otras muchas se ven obligadas a abandonar sus hogares o a vivir bajo la amenaza constante de las armas”.
A la falta de control del comercio de armas se atribuye la causa del estallido o agravamiento de los conflictos armados que, en África, por ejemplo, le cuestan a ese empobrecido continente alrededor de 18,000 millones de dólares al año. Casi un millón de armas, de las ocho millones que se producen cada día en el mundo, se extravían o son robadas y comercializadas clandestinamente. La corrupción en la industria de las armas produce utilidades de unos veinte mil millones de dólares al año. El Departamento de Comercio de Estados Unidos asegura que el valor de las armas que se comercializan anualmente no pasa del 1 por ciento del comercio mundial, pero “la corrupción en la industria armamentística representa el cincuenta por ciento de todas las transacciones mundiales ligadas a la corrupción”.
De manera que es comprensible que Corea del Norte, Irán y Siria, hayan sido los únicos países que votaron contra el Tratado de Comercio de Armas. Y se comprende también por qué Rusia y China, secundados por los países que tienen bajo sus influencias, entre ellos Nicaragua, se abstuvieron durante la votación del Tratado.
Cuba justificó su decisión de abstenerse de formar parte de este acuerdo internacional, con el pretexto de que no se mencionaba a los actores no gubernamentales del comercio de armas, como los grupos subversivos, y porque supuestamente vulnera el principio de no intervención en los asuntos de otros Estados. Posición a la cual se sumó obsequiosamente la representación orteguista de Nicaragua, aduciendo además que en los años ochenta del siglo pasado el régimen sandinista fue víctima de la acción de los contras armados por Estados Unidos.
Este argumento debió ser más bien una razón para aprobar el Tratado y acogerse a sus regulaciones y obligaciones. Pero es claro que la posición del orteguismo tiene otros motivos que al parecer son inconfesables.